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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 455 tienen necesidad absoluta de la acción salvadora de Cristo (p. 56). Si bien es seguro que la necesidad primera, radical de la Gracia no se apoya en la condición pecadora del hombre, sino en la gratui- dad y sobrenaturalidad absoluta de la misma Gracia. El pecado sí que sitúa al hombre ante la justicia de Dios, pero no ante la justicia penal, sino ante aquella que se manifiesta como amnistía graciosa del pecador. Por otra parte, no parece posible aceptar hoy día la tesis agustiniana de que todos los hombres son castigados por el comportamiento del mítico protoparente del género humano. Menos aún que el pecado mismo se propague por un proceso biológico, por generación, de padres a hijos hasta el final de la historia huma­ na. Como si los genes, el ADN de la especie «homo», estuviesen connatural, incurablemente corrompidos 2. El mito del pecado origi­ nal y la teología que sobre él se construyó sí que ha servido a los cristianos para aquilatar el concepto religioso de pecado. Pero tam­ bién lo enturbió en algún aspecto, al decir que el pecado original es un «pecado heredado». 3. ¿Q uien o qué es S atanás ? La figura de Satanás, bajo diversas denominaciones, goza de cierta omnipresencia en algunos libros del Nuevo Testamento. Pero, sobre todo, es la Tradición cristiana posterior la que le ha concedi­ do un protagonismo atosigante que, en ciertos momentos y en cier­ tos textos, trae a la memoria las funciones que los maniqueos atri­ buían al dios perverso Ahrimán, «Príncipe de las tinieblas», que combate contra las criaturas del Dios bueno desde las alturas del cielo empíreo hasta las profundidades del abismo infernal. 2 En el siglo xiii a R. Bacón se le hada difícil entender cómo el alma, creada inmediatamente por Dios, podía ser manchada con pecado al contacto con el semen infectum (infecto e infeccioso), ‘como se mancha una manzana al caer en un loda­ zal’. Siete siglos más tarde nadie lo ha explicado todavía. Esta ‘bizarra’ teoría llevó al devoto san Bernardo a afirmar que la Virgen María, por haber sido engendrada según el proceso natural, se había manchado con el pecado original. El beato J. Duns Escoto hubo de poner en ejercicio su talento de ‘doctor sutil’ para liberarse de tan enredosa teoría. Otro teólogo medieval, P. J. Olivi, decía que en el ‘hombre caído,’ «toda cópula es infecta e infectante» (concúbitos omnis infectus est et infecti- vus), A. C iceri , P. J. Olivi QQ. de matrimonio, Roma: Grottaferrata, 2001, p. 405.

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