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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 499 La apertura del Vaticano II al mundo moderno, sincera y beneficio­ sa, ha sido frenada en forma silenciosa, pero eficiente desde los últimos decenios del siglo xx, según muchos observadores. 4. Sin entrar en el complejo tema de señalar las causas gene­ rales y particulares de este distanciamiento casi endémico entre la Iglesia oficial, la teología oficial y oficializada respeto la cultura secular de cada época, sí indico alguna de ellas. Con la atención puesta en la «circunstancia vital» actual. La Iglesia oficial y la teología oficializada que de ella depende son del todo reacias a admitir la innegable historicidad , relativi­ dad, circunstancialidad, contextualidad de toda adquisición y expresión de la verdad por parte de los seres humanos. Aunque fuere la Verdad que Dios nos comunica. Son muy dados, tanto el Magisterio como la fracción más conservadora de la teología católi­ ca, a los que enfáticamente llaman «dogmas de granito», inmutables en fondo y forma. Pero habría que tener en cuenta que, un orga­ nismo que se alimentase de «dogmas de granito», escasamente goza­ ría de buena salud. Por eso, todo proceso de aculturación-incultu- ración, por exitoso y benéfico que haya sido en sus días , ha de quedar abierto a un futuro de posibilidades siempre mayores, y al correlativo e indispensable proceso de «desaculturación». Diríamos que toda ‘aculturación’, incluso la mejor lograda —como obra humana que es— lleva marcada una que podría llamarse «fecha de caducidad». Fecha que el prudente administrador de la Palabra no deberá prolongar artificial y peligrosamente. Muchos piensan que la Iglesia católica debe someterse genero­ sa y liberalmente a un proceso de «desueropeización», de «desocci- dentalización», si quiere lograr aculturarse-inculturarse en otras cul­ turas lejanas y nuevas. Pero, sin salimos de nuestro Occidente y de nuestra Europa, la Iglesia católica de estas tierras debería dejar de idolatrar (en sentido baconiano de la palabra) ciertos ‘éxitos’ de aculturación logrados en el mundo grecorromano, en la gloriosa Iglesia católica daba la impresión de seguir al mundo moderno «con cincuenta años de retraso, renqueando y con la lengua fuera». Tal vez se refiriese más al campo de la exégesis bíblica. Pero pienso que podía tener aplicación más univer­ sal, entonces y ahora.

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