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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 493 lento, de Dios sádico, iracundo que se habría alojado en el alma de tantos creyentes y sobre todo de no creyentes. Para la piedad- religiosidad cristiana ha traído notables y desfavorables consecuen cias esta visión penalista, expiatoria de la Cruz de Cristo. Tanto en el plano de la piedad oficial, como de la piedad popular. Una visión dolorista y hasta trágica, como si la Cruz fuese la cumbre del sufrimiento infinito que paga por el mal-pecado infinito cometi do por la humanidad. La justicia divina lo habría exigido y Jesús lo habría asumido y pagado la deuda en la Cruz. Explicación que, en realidad, rebajaría a un nivel demasiado humano la nobleza de aquello que, de verdad, realizó Jesús al aceptar morir crucificado. Este sentimiento dolorista, penal, expiatorio, satisfactorio impregna con tenacidad y fuerza la moral y la religiosidad cris tiana durante siglos, a todos los niveles. Ya de entrada, los sufri mientos todos de la vida son admitidos por los cristianos como castigo universal impuesto por la justicia divina con motivo del pecado original. Afirmación que carece de fundamento. Luego, piensan que cada pecado, incluso después de ser perdonado por Dios en cuanto al «reato de culpa-ofensa», ha de ser expia do en cuanto al «reato de pena-castigo», según exige la recta jus ticia. Es indudable que al cristiano se le pide sobriedad de vida, ascesis, dominio de los malos instintos, incluso después de haber recibido la gracia de la reconciliación. Existen muchos motivos para esta exigencia. Pero no hay motivo para fundamentarla en una exigencia de la justicia de Dios —en el ordo iustitiae —, sino proponerlo como exigencia del ordo amoris: del amor agra decido por la Gracia que ha hecho de él un hombre nuevo. Cada cristiano ha de ‘llevar la Cruz’ por los mismos motivos por los que la llevó Jesús: por amor intenso a la Trinidad y a los hombres, según se ha indicado. Por otra parte, no convendría olvidar que en la historia de la Cristiandad este empeño por ofrecer obras, satisfacciones por el pecado ha llevado consigo el peligro y el hecho del «justiciarismo», «el orgullo de las obras»* y la complacencia por las satisfacciones ofrecidas, la pretensión de que Dios al ‘justo’, al que cumplió toda justicia, lo ha de recompensar atendiendo a las obras realizadas. Surge así la moral y espiritualidad de tipo farisaico, pelagiano o de cierto tipo de piedad monacal. La denuncia de Lutero y del protes-
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