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486 ALEJANDRO DE VILLALMONTE no’. Un padre, por perverso que fuere su hijo, jamás lo castigaría con tales tormentos horribles e interminables. Antes lo aniquilaría, lo destruiría. Ni vale el recurso a la ‘justicia de Dios’. Porque, como dice la liturgia, Dios manifiesta su omnipotencia, su calidad de Dios, sobre todo perdonando y teniendo misericordia 32. Como hemos indicado, Dios no castiga con el infierno, simplemente deja que el pecador se queme en el fuego de su propio remordimiento. En todo caso, el Dios que se aleja el pecador, siempre será menos contestado que el Juez iracundo que fulmina a los precitos al fuego eterno. Tal lo contempló Miguel Ángel en su célebre cuadro sobre el juicio final. Recogiendo el mito pagano de Júpiter tonante, y la figura del Dios a quien se dirige la desgarradora plegaria del Dies Irae. 11. Siempre será difícil «aculturar-inculturar» el Mensaje cristia­ no sobre el destino de los ‘injustos’. Pero es indispensable purifi­ carlo de las adherencias humanas, demasiado humanas, que ha sufrido a lo largo de los siglos: — No es verdad que la situación infernal es consecuencia de un castigo positivo impuesto por Dios al hombre culpable. La situa­ ción de condenación es resultado de un proceso de alejamiento de Dios, iniciado voluntaria y libremente por el hombre en esta vida terrena y que recibe su plena e irreversible realización allende la muerte. Bajo la influencia de la nefasta teoría del pecado original, durante siglos creyeron los cristianos que la humanidad era una «masa de perdición» que avanzaba hacia el infierno, excepto unos pocos seleccionados. Pero lo cierto es que no sabemos de ningún individuo humano en concreto que esté en el infierno. Aunque sobre todos y cada uno pesa la posibilidad real de llegar a merecer 32 Domingo XXVI del tiempo ordinario: Deus qui omnipotentiam tuam par- cendo máxime et miserendo manifestas. En la Obra incompleta contra Julián acep­ tan ambos que el supremo atributo de la Divinidad sea la Justicia. Así lo decían también los filósofos y juristas estoicos del mundo grecorromano. Agustín añadía que si no se admite su teoría del pecado original, no se salvaguarda la justicia de Dios. Por el contrario, Julián afirma que si Dios es justo, no puede admitir la teo­ ría del pecado original. Creo que Julián tiene toda la razón en este punto concre­ to. Lo que ambos parecen ignorar, en el fragor de la polémica, es que el atributo primordial de la Divinidad ‘cristiana’ es la Gracia Qaris-Caridad), no la Justicia.

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