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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 485 en el juicio final, consiste en el silencio d e Dios, en el ausen tarse d e Dios, en a b a n d o n a r a l injusto en m anos d e su p rop io consejo y destino inmenente. El silencio y el alejarse de Dios no resuelven el misterio de la condenación del injusto, pero lo coloca en su propio lugar: en la libertad del hombre que eligió el mal, pudiendo-debiendo hacer el bien. En esta perspectiva se concede a la libertad humana una responsabilidad inconmensurable: una ‘carga de eternidad’, pues tiene posibilidad para decidir sobre su destino eterno, favorable o adverso. Obviamente, siempre dentro del misterio absoluto de la insondable voluntad de Dios (Rm 11, 33s.). 9. Parece indudable que, excluido el ‘injusto’ del Reino, en la medida en siga perviviendo como ser consciente de su situación, no podrá menos de sentir una «pena horrible«. Ése es su castigo. La pena interior que surge en su espíritu. Lo expresaba san Agus­ tín en unas conocidas palabras: «mandaste, Señor, y a s í se cumple, qu e todo án im o d es o rd en a d o sea castigo d e s í m ismo * 31. En este sentido es cierto que a todo pecado le sigue una ‘pena-un dolor del alma’. La pena de haber perdido su felicidad provoca en el condenado un dolor inmenso. Por el peso mismo de las cosas todo contacto con el universo de las cosas y personas de su universo se le torna doloroso. Sin necesidad de hacer intervenir un castigo o penalización positiva por parte de Dios. 10. Desde el interior de lo más delicado concepto de Dios como Amor-Agape surge una objeción muy popular y de fondo contra el hecho de que Dios castigue a los hombres con el ‘infier- 31 Confesiones, lib. I, c. 12, n. 19; PL, 32, 659. Ya en Séneca se encuentra similar pensamiento, muy propio de un filósofo estoico. La palabra «pena» tiene en español dos acepciones fundamentales, según el DRAE: castigo impuesto por la autoridad legítima al que ha cometido un delito// Cuidado, aflicción, sentimiento interior grande. A este se refiere san Agustín en el texto citado. Esta «pena» es inseparable de la culpa, es el remordimiento. Sobre todo de la culpa que es «pecado» en sentido religioso. Así, hay que decir que «el castigo del pecado es la pena por haber pecado». Esta «pena-tristeza» es indispensable para que el pecado haya de ser perdonado. El castigo-pena impuesto a la culpa por la autoridad no es inseparable de ella. Al menos respecto a la autoridad de Dios.

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