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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 483 6. La cultura humanista y cristiana de Occidente, a lo largo de siglos, ha realizado manifiestos progresos en el concepto y en la práctica de la justicia. Rehuye del todo el imponer al culpable casti­ gos definitivos, irreversibles, que pongan al culpable en la imposibi­ lidad real de rehabilitarse, de reintegrarse en la comunidad. En este contexto se piensa que es muy humana y cristiana la abolición de la pena de muerte. Tanto agnósticos como creyentes espontáneamente aplican a la justicia de Dios este noble modo de proceder. Por otra parte, los antiguos veían como normal que en ejercicio de la justicia entrase el atormentar a los culpables antes de ejecutarlos. Los tiranos se regodeaban viendo atormentar a sus enemigos delante de sus ojos. También a Jesús lo sometieron a tortura antes de crucificarlo. Pensaban que sufriendo la tortura el reo estaba pagando una deuda: el reato de pena. Hoy nos parece que tal práctica era una forma de venganza instintiva, rudimentaria recubierta de legalidad. O bien un desahogo de espontáneos impulsos sádicos, mal dominados 29. von Balthasar en la obra citada. No me parece ajena a la mentalidad de K. Barth. Pudiera verse como una consecuencia del dogma de la voluntad salvífica universal, tal como la entiende el Cristianismo moderno. G. Papini tuvo mucho éxito cuando, en su obra El Diablo, se ilusionaba poéticamente con la reconciliación final de éste con Dios. Por lo demás, la idea de que la historia de la humanidad haya de termi­ nar en una estridencia absoluta y eterna, es muy hiriente para la sensibilidad cris­ tiana actual. No ve en ello nada de la «sublime belleza» que veían los cristianos de siglos pasados. Algunos piensan que sería un fracaso el que la Gracia. Porque, al final, no ha logrado reconciliar consigo a todos, venciendo sin violencia, amorosa­ mente la maldad de los hombres más obstinados. 29 Es famoso el texto de Tertuliano, donde anticipa a este mundo el regocijo que va a experimentar cuando vea torturados en los infiernos a los perseguidores de los cristianos. De Spectaculis, 30; PL, 1, 736. De aquí se han aprovechado algu­ nos para decir que el resentimiento de los «justos» ha creado el infierno para sus enemigos, los «injustos». Por desgracia, Tertuliano hizo escuela. En mis días he podi­ do oír de boca de un predicador de las ‘verdades eternas’ en las ‘Misiones Popula­ res’ esas mismas palabras. Él no sabía que eran de Tertuliano, corrían en su ambien­ te. De san Francisco de Asís son estas palabras: «Te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo ha de venir luego en la gloria de su majestad a lanzar en el fuego eterno a todos los malditos que no hicieron penitencia», Regla I, c. XXIII. San Anto­ nio de Padua dice que los santos del cielo «cantarán de alegría al ver a los impíos en el infierno», XX Domingo de Pentecostés. La «alegría de los santos» de la tierra y del cielo cuando contemplan los horri­ bles, eternos tormentos que sufren sus hermanos en el infierno, es tema muy car­ gado de sentimentalismos y de difícil explicación, en última instancia.

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