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482 ALEJANDRO DE VILLALMONTE quilación se entendiese a nivel metafísico y absoluto no parece que pueda admitirse, según opinión común. Pero la aniquilación podría significar que los impíos se desintegran como individuos-personas, que su ser todo entero quede disuelto y su energía vital quedaría reinte­ grada en la energía universal del cosmos. Que es lo que decimos de la energía vital de los animales. A esta hipótesis se opone el hecho de la inmortalidad natural, metafísica del alma tenida por verdad de fe. Aunque no se pudiese demostrar por argumentación filosófica, sería siempre una verdad de fe. Deducida del hecho de la resurrección uni­ versal de justos e injustos. En el Nuevo Testamento la inmortalidad aparece como atributo exclusivo de Dios (ITim 1, 17). Lo mismo en varios santos Padres. En cuyo caso lo que sería ‘natural’, perteneciente a su esencia metafísica sería la «capacidad para recibir la inmortali­ dad». Y Dios la da como gracia a los justos y niega este don a los injustos. Quienes, al no recibirla, han de seguir la ley interna de su propio ser, la que rige para todos los seres corruptibles: disolverse en la energía de la naturaleza universal. No creo que por decir esto peli­ gre nuestra esperanza ni haya de disminuir nuestro amor a Dios. 5. La eternidad de las penas infernales vendría afirmada por la Iglesia al condenar la apocatástasis de Orígenes y de otros Padres de J. E. Eriúgena. Esta apocatástasis ha sido condenada porque ponía en peligro la fe en la felicidad eterna de los justos, que es verdad bási­ ca de la fe. Pero no es seguro esté condenada, ni sería condenable la idea de la apocatástasis aplicada a los habitantes del infierno. Por­ que, si bien se tiene por cierto que con la vida terrena termina la ‘oportunidad’ (kairós) de salvación, pero eso ocurre siempre que se nos dirige la Palabra de Dios: « Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón» (Sal 95, 7-8). Porque el hombre no dis­ pone de la gracia de Dios. No vale decir que, si no hay condenación eterna, tampoco habría salvación eterna. Esta simetría matemática entre «cielo»-«infierno» se parece demasiado al célebre doble y terrible decreto de los calvinistas: puesto que hay decreto de elección divina para los ‘elegidos’ antes de la previsión de sus posibles méritos, ha de haber decreto antecedente de condenación para los precitos 28. 28 Me parece que no puede haber seguridad absoluta en contra de la posi­ ble reconciliación final de toda la humanidad lograda por caminos inescrutables. Parece latente esta convicción en algunos Padres orientales, según insinúa H. Urs

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