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476 ALEJANDRO DE VILLALMONTE fondo y respecto al caso del castigo original, un «honnête homme» del siglo xviii se consideraba más «honrado y justo» que el Dios que aparece actuando en todo el proceso del pecado original. Esta objeción de los Ilustrados sigue en vigor hasta el día de hoy en la mente del pueblo cristiano y está al alcance de cual­ quier aldeano honrado (L. Kolakowski). Ya san Agustín conoció esta objeción tan obvia, pero de difícil respuesta. El doctor de Hipona intentó solucionarla diciendo que el castigo impuesto por Yahvé a Adán y su descendencia es irreprochable e incluso lauda­ ble, desde la perspectiva de la insondable justicia de Dios. Pero a todas luces es claro que justicia humana no debe castigar en los hijos los pecados de los padres. Dios sí lo puede hacer sin faltar a la justicia ni con Adán ni con sus descendientes. Esta forma de concebir la justicia de Dios le parecía al contrincante de Agustín, al obispo Julián de Eclana, demasiado ruda e incivil. Por eso la califica de «auténtica barbarie» (probata barbaries), «monstruoso invento» ( prodigiale commentum ) 22. 9. Por lo que se refiere a la vertiente humana del pecado ori­ ginal la objeción no era menos inevitable. Al menos desde el Rena­ cimiento, la cultura europea está intensamente preocupada por la exaltación del hombre , es medularmente antropocéntrica. Ahora bien, el teólogo cristiano debe reconocer, con gesto de honradez ante Dios y ante los hombres, que no existe ningún sistema filosó­ fico, ninguna otra religión en donde el hombre haya sido tan ultra­ jado, descalificado como en el Cristianismo occidental con su teo­ ría del pecado original. De nuevo es Nietzsche quien protesta, furibundo, contra este envilecimiento de la vida humana: una inver­ sión de todos sus valores. En este círculo religioso y cultural duran­ te siglos, se ha hablado del hombre como «naturaleza viciada, corrompida; masa de pecado, masa de perdición, de condenación». Sólo los maniqueos, gnósticos y cátaros dijeron cosas más afrento­ sas sobre el «hombre caído». Cierto es que esto se lo decían al hom­ bre caído con la ‘buena intención’ de que abriese su corazón al Mensaje sobre la vida divina a la que estaba destinado. Pero se 22 Textos de Julián y comentario en A. de V illalm onte, Cristianismo sin peca­ do original, pp. 1 6 6 -17 1 ; 179-183.

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