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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 467 Envidia como un individuo concreto autónomo, independiente y responsable último de sus actos: como a una «persona». El escribir tratado sobre el Diablo tendrá el similar sentido y alcance teológico, pastoral que un tratado sobre la Soberbia o la Lujuria. Cuando la propia Escritura y la ascética cristiana exhortan a la lucha contra el Diábolo tienen la misma pretensión que cuan do nos exhortan a luchar contra la Soberbia, contra la Lujuria. El enemigo real a quien hay que combatir, se encuentra en el interior del hombre, que es quien pone los actos de soberbia, de lujuria, y también los actos «diabólicos». Es decir, impulsados por la Sober bia, por la Lujuria, por el Diablo, según nos gusta decir. Ciertos actos humanos, por ejemplo de soberbia, de lujuria los calificamos de «diabólicos-satánicos-luciferinos». Calificamos así los actos de un hombre cuando revisten rasgos muy característicos, que encierran una refinada y tenaz malicia y perversidad, como si fuesen un empeño inexplicable de hacer el mal por el mal, como sintiendo fruición confesada en hacerlo. En estos y similares casos nos pare ce descubrir allí algo de «sobrehumano» y de «infrahumano» al mismo tiempo. En el Dragón primordial descubrimos poderes satá nicos, lo mismo que en las profundidades insondables del corazón humano. Otras veces lo satánico lo sublimamos hasta introducirlo en el recinto de lo divino, como la rebelión de Luzbel en el empí reo, según la describen los poetas y algunos teólogos. Y aunque la Envidia y Lucifer sean poderes abstractos los datamos estatuto y operatividad de ‘personas’, los «hipostatizamos», y hacemos que operen como tales «personificaciones», como ‘personajes’ en el Gran Teatro del Mundo. No se puede negar que la Soberbia exista y que actúe en el mundo, es algo real en su mundo, en el mundo de lo simbólico. En forma simétrica, no se niega que Satanás actúe en la historia y que sea un ser real, pero en el mundo de lo simbólico. Se debe luchar contra Satanás, como se lucha contra la Soberbia, la Lujuria. Pero sabemos señalar dónde está de verdad ubicado Satanás —lo demoníaco, lo satánico, lo luciferino—: en la profun didad del ‘corazón ’ del hombre. De él brota la Soberbia, la Envi dia, allí se oculta Satanás. Del corazón brotan todas las maldades humanas: las «normales» y las «satánicas» (cf, Mt 15 , 19 ). Si nuestras culpas, en tantas ocasiones, las atribuimos a una persona a quien llamamos ‘Satanás’, en realidad estamos buscando un alibi para
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