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EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 465 de Satanás y sus actividades en la historia humana: Satanás es un sím bo lo y, com o todo sím bolo-m ito, d a qu e p en s a r (P. Ricoeur). Alguien querría deducir que, al despojarle a Satanás de la densidad ontológico-personal (y, en demasiados casos, de realidad física, crasa y tangible que frecuentemente se le concedía), se anula del todo su importancia y se desautorizan los textos bíblicos y tradicio­ nales que hablan de Satanás. No es así, en absoluto. Al rehusar el tradicional metalenguaje, por momentos metafísico y por momen­ tos fantasioso, sobre Satanás y recurrir a l lenguaje d el mito y d el símbolo , lo recuperamos todo en seriedad teológica y en autentici­ dad de nuestra fe. Ésta, en el caso, deja de ser credulidad, se aleja de las fronteras de superstición y logra más noble credibilidad den­ tro de la analogía de la fe, en el conjunto del Misterio de Cristo. Respecto a la creencia tradicional en Satanás podría tal vez recordarse lo que dice M. de Unamuno sobre la fe que, al «creer», «crea» el objeto/la persona en que dice que «cree». Cuando la gente dejó de «creer» en brujas, dejó de «crear» brujas. Y las bru­ jas y sus procesos desaparecieron de la historia. Cuando la gente deje de ‘creer’ y, en el caso de ‘crear’ la persona de Satanás, desaparecerá éste del campo de la realidad objetiva. Sin necesi­ dad de otros complicados exorcismos. Bastará el exorcismo de la crítica de la razón ilustrada por la fe. Si bien su ser y operativi- dad del «símbolo-Satán» no podrá desaparecer. 5. Dentro d e la an a log ía d e la fe , me permito decir, en pri­ mer término, que la realidad y actuación del Satanás tradicional es incompatible con el concepto cristiano de Dios. Podemos, por el momento y por hipótesis, aceptar con agrado y dando gracias a Dios, el que envíe a los espíritus buenos — los áng eles — a que intervengan en nuestra historia humana para ayudarnos en el empeño de lograr la salvación. Pero resulta inaceptable pensar que Dios mande o permita que vengan seres extraños a nuestro mundo, a nuestra historia, con la única misión de entorpecer, por todos los medios a su alcance, el que seamos fieles al destino para el que Dios nos ha creado. Tenemos muchas pruebas-tentaciones que son inmanentes a las leyes a las que ha de estar sujeta nuestra existen­ cia terrenal. Mediante ellas, Dios purifica a los suyos como el oro se purifica en el crisol, según frase bíblica. Pero que no se nos

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