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LA ORACIÓN EN LOS SALMOS (I) 439 y canta su nombre, es decir, expresa la fidelidad a su Dios. La «ado ración» y la «confesión de Dios» o su reconocimiento constituyen los elementos esenciales del culto divino. Se da por supuesto que Yahvé se ha revelado, se «ha aparecido» y ha dado a conocer su «nombre», su «gracia» y su «fidelidad». Lo mismo se demuestra en la súplica: «Siempre te alabaré por lo que has hecho y esperaré en tu nombre, porque eres benigno en la presencia de tus santos» (Sal 52, 11). «Sál vame, ¡oh Dios! por el honor de tu nombre; defiéndeme con tu poder... Yo te ofreceré, gustoso, sacrificios, alabaré tu nombre, Señor, por tu bondad» (Sal 54, 3.8). En la intercesión por el rey: «Óigate, Yahvé, en el día del conflicto; protéjate el nombre del Dios de Jacob. Envíete su auxilio desde su santuario, sosténgate desde Sión» (Sal 20, 2-3). «Contigo batiremos a nuestros enemigos; en tu nombre, pisote aremos a nuestros adversarios... Y nosotros nos gloriaremos siempre en Yahvé y eternamente cantaremos su nombre» (Sal 44, 6.9). El salmista pretende que el lector o el orante tomen conciencia de la importancia del nombre de Yahvé, situándolo como doxología final del libro segundo: «Sea bendito el nombre de Yahvé, Dios de Israel, el único que hace maravillas. Y bendito sea por siempre su glorioso nombre, y llénese de su gloria toda la tierra. Amén, amén» (Sal 72, 19). No dejemos pasar por alto la presencia en el mismo contexto, intencionada sin duda, del «nombre» y de la «gloria». Tanto uno como la otra son manifestaciones majestuosas del Dios presen te en la palabra y en la teofanía. El brillo de la luz de Dios debe resplandecer sobre todo el mundo (Is 6, 3; Núm 14, 21). El nombre de Yahvé, unido a la teofanía de la revelación, garan tizaba al orante la certeza de la proximidad de Dios y de su salva ción. Y en ese descubrimiento veía el orante el fundamento para alabar el nombre de Yahvé: «Recúbreles el rostro de ignominia, hasta hacerles implorar, Yahvé, tu nombre» (Sal 83, 17). Buscar el nombre de Yahvé significa convertirse a él. «Enséñame tus sendas, que ande yo en tu verdad, concentra mi atención en la reverencia de tu nom bre. Yo quiero darte gracias, Señor mi Dios, con todo el corazón, glorificar tu nombre para siempre» (Sal 86, 11-12). De nuevo es utili zado el paralelismo de Señor, Dios y Nombre. «Bueno es dar gracias al Señor y Salmodiar, Altísimo, a tu nombre» (Sal 92, 2: «Salmodiar» es uno de los muchos términos hímnicos que tienen su origen en el culto (Sal 7, 18; 9, 3; 66, 2).
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