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438 FELIPE F. RAMOS afirmar la revelación de Dios en el acto cultual d e la teofanía. «¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán magnífico es tu nombre en toda la tie­ rra!». ¡Cómo cantan los altos cielos tu majestad!» (Sal 8, 2). El sem salvaguarda la exclusividad de su poder y, de esta manera, el carác­ ter único de la revelación de la gloria, la cual —en la autopresenta- ción de Yahvé a Israel— se ha convertido en la base del conoci­ miento de Dios. El nombre del Soberano de Israel se realza con majestuosa grandeza en todo el universo. Con asombro y admiración, el himno proclama el poder inmenso de Dios, que quiso que el pue­ blo elegido fuera el ámbito de su señorío, el reino en el que él fuera reconocido como soberano. La presentación que Yahvé hace de sí mismo en Israel (Sal 76, 2) permite que se pueda conocer la presentación que él hace de sí mismo en la creación entera. Pues el nombre es la qu in ta esen cia d e la revelación y la p r es en c ia d e Yahvé en su pu eb lo , y d escifra el misterio d e la crea ción . Corres­ ponde al «mundo», en el que resplandece la gloria del nombre, el cielo, que se halla en paralelismo, en el que se refleja el esplen­ dor de Dios 53. Esto explica que el nombre sea utilizado preferentemente en los votos o expresiones de alabanza, vinculadas al culto del santua­ rio y no tanto en los sacrificios, se deduce de la afirmación siguien­ te: «¡Oh Yahvé!, saca mi vida de la prisión, para que pueda alabar tu nombre. Me rodearán los justos si benignamente me fueres pro­ picio» (Sal 142, 8: el nombre es utilizado como sinónimo de Señor; alabar tu nombre y alabar al Señor expresan la misma realidad). La confesión del nombre de Yahvé «en el culto» era evidente para el orante: «¡Sálvanos, Yahvé, Dios nuestro, y reúnenos de entre las gen­ tes, para que podamos cantar tu santo nombre y gloriarnos en tus alabanzas» (Sal 106, 47: las referencias a una celebración comunita­ ria no pueden ser más claras). «Me prosternaré hacia tu santo templo, y cantaré tu nombre, por tu misericordia y fidelidad, pues has magnificado sobre todas las cosas tu nombre y tu promesa» (Sal 138, 2). El orante se halla en el atrio del templo, con sus ojos puestos en el santuario, alaba a Dios 53 G. F l o r S e r r a n o , o . c ., p. 518.

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