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426 FELIPE F. RAMOS dichas escenificaciones vinculados a las teofanías? Es inconcebible que Israel tuviese posibilidad de hacedo e incluso que cayese en la tentación de intentarlo. ¿No será más adecuado pensar en una espe­ cie de procesión solemne cuyo centro de interés era el arca de la alianza (2Sam 6; IRe 8; Sal 132), que de una manera visible hiciese una proclamación kerigmática de la venida y manifestación de Dios? Esta propuesta nos la brinda el pensamiento de la aparición de Yahvé en la nube sobre el arca. Era su venida, su adviento, su pre­ sencia cultual. Los querubines tienen funciones varias en el trono de Yahvé, sobre el arca (Sal 80, 2; 99, 1; ISam 4, 4); aquí tienen la fun­ ción de carro, como los vientos (Sal 104, 3-4) y las nubes (Sal 68, 5; Is 19, 1). Cuando se dice que Yahvé «viene*» alude a la marcha glo­ riosa desde el Sinaí (Sal 68, 8-9; Jue 5, 4-5; Deut 33, 2) 32. Estas con­ sideraciones nos llevan a la conclusión siguiente: una obra literaria puede estar escrita y sometida al género literario histórico, al simbó­ lico, al mitológico, al poético... Cada uno de ellos se halla sometido a unas reglas que es preciso tener en cuenta para su comprensión. Si se las aplica otras se comete una gravísima injusticia con ellas, porque se las obliga a decir aquello que ellas no han pretendido en modo alguno afirmar. «Los carros de Dios son millares y millares de millares; viene entre ellos Yahvé del Sinaí a su santuario. Aparece tu cortejo, ¡oh Yahvé!, el cortejo de mi Dios, de mi Rey, en el santuario. Al que cabalga sobre los cielos de los cielos eternos, al que hace oir su voz, su voz potente» (Sal 68, 18.25.34). «Excelso sobre todas las gentes es Yahvé, su gloria es más alta que los cielos. ¿Quién semejante a Yahvé, nuestro Dios, que tan alto se sienta. Que mira de arriba abajo en los cielos y en la tierra?*» (Sal 113, 4-6). Magníficos ejemplos de estas des­ cripciones nos ofrecen otros Salmos como 96, 13; 98, 8-9; 104, 3-4. A propósito de las afirmaciones del Salmo 68 parece indudable afirmar que describe los acontecimientos del culto y las tradiciones cultuales del antiguo santuario israelita que se hallaba en el monte Tabor. Más aún, se trata probablemente de una «fiesta de epifanía** del Dios del Sinaí (v. 18) en la que se narran las grandes hazañas salvíficas de Dios en la historia de su pueblo. Debemos insistir en 32 H.-J. K raus , o . c ., II, pp. 84, 88, 89, 92.

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