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424 FELIPE F. RAMOS encendidos que salen de su boca, los cielos que se inclinan, la apa­ rición de las nubes, del querubín, de las aguas opacas y las nubes espesas... todo ello al servicio de un canto de alabanza por el poder de Dios, que es superior a cuantos horrores «histórico-salvíficos» han sido mencionados y que simbolizan las apreturas del orante de las cuales le ha liberado el poder y la benevolencia de Yahvé. La con­ vicción de la eficacia de la oración dirigida a Yahvé en el día de la tribulación: el canto de alabanza, se hacen compatibles con la yux­ taposición de los fenómenos naturales más estremecedores. Se recuerda el acontecimiento original y originante de su histo­ ria, que les trasladó de la esclavitud a la libertad; la obligación impuesta a los ancestros primeros de contar las maravillas de Dios a sus descendientes; sólo así sería sólida y justificada la confianza y la fidelidad que Dios pedía de ellos; había que destacar las maravi­ llas que Dios hizo con ellos en una travesía inhumana por el desier­ to: la hostilidad de los enemigos, el hambre y la sed, las plagas de distinta naturaleza a las que la providencia divina respondió con su presencia y protección extraordinarias: el agua de la roca, las codor­ nices, el maná, los dirigentes que condujeron al pueblo bajo la ins­ piración divina; las infidelidades cometidas por el pueblo hasta hacerse imágenes de otros dioses... y, sobre todo, la bondad, la misericordia, la providencia, el amor divino a pesar de todas las ingratitudes del pueblo. Sería necesario leer detenidamente los tres Salmos citados. Son una síntesis breve, teológica y poéticamente descrita de forma realmente admirable. La poesía suple la impoten­ cia de la prosa cuando se trata de describir la acción de Dios. La alianza y su manifestación teofánica se hallan en una rela­ ción inseparable. Corresponde al lector distinguir entre aquello que debe servir siempre y lo que actualmente sirve únicamente como vehículo de expresión de lo que constituyó el centro de gravedad de la acción divina en la liberación de su pueblo. Aunque el viaje que tenemos que realizar es siempre el mismo, los vehículos utili­ zados cambian con el tiempo. Nuestra lectura adecuada de los Sal­ mos debe tener esto muy en cuenta. Pongamos otro ejemplo: «Con tu brazo rescataste a tu pueblo, los hijos de Jacob y de José. Viéronte las aguas, ¡oh Dios!, viéronte las aguas y se turbaron, y temblaron aun los mismos abismos. Arro­ jaron las nubes torrentes de agua, y dieron los nublados su voz, y

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