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don. El problema, empero, es mostrar que no hay males de sobra para ejercer dichos bienes superiores que compensan con creces las penas de los males anteriores. Que no hay males innecesarios, pues éstos serían un exceso poco compatible con un creador bueno. Cabría incluso decir que como Dios no sabe qué haremos con nues­ tra libertad (es la visión de Dios como sempiterno y no atemporal), no ha calculado «bien» la cantidad de males que podemos «redimir» con bienes superiores, pero cuanto mayor sea el error de cálculo, menos plausible será un Dios bondadoso: un Padre omniscente como Él no puede, durante tantos años de su historia, confundirse sistemáticamente siempre por exceso y nunca por defecto. Hick ha justificado estos excesos como el modo que Dios nos da para que, en un mundo ambiguo, en que no es segura su exis­ tencia, en que es difícil ser bueno, alcancemos un desarrollo que nos permita dejar de ser egoístas y centrarnos en Dios como amor. Si todo fuese demasiado fácil, no pasaríamos de ser narcisistas infan­ tiles incapaces de ser verdaderamente autónomos. El problema de esta visión sigue siendo el mismo: pero, para ello, ¿era necesario tanto mal? ¿Y el mal inútil de siglos antes de que el hombre apare­ ciera en la Tierra? ¿Y el mal de los animales? Además, ¿qué pasa con quienes no alcanzan la madurez en la vida?, ¿no gozarán de Dios?, ¿no pone eso en duda la bondad de Dios? A estas tres últimas cues­ tiones Hick ha respondido que quizás existan otras vidas para seguir madurando, o que tal vez en la vida futura exista esa posibilidad (algo así como el «purgatorio» católico) 13°. Swinburne, en su línea de suma de argumentos inductivos para ir haciendo más y más plausible la existencia de Dios, ha defendido la necesidad del mal para el conocimiento: si queremos ser libres hay que optar conscientemente entre bien y mal, y para tener tal cons­ ciencia hay que conocer el mal y sus devastadoras consecuencias. A algunos, sin embargo, como Rowe 131 estos argumentos no bastan: el mal es siempre más potente que ellos y hace poco plausi­ ble que haya un Dios bueno. Por ello, por ser el atributo que más argumentos plausibles necesita para ser aceptado, le hemos dedica- LA FILOSOFÍA PRAGMÁTICA DEL LENGUAJE Y EL ABSOLUTO (II) 401 130 Ibid., pp. 165-182. 131 Ibid., pp. 185 ss.

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