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398 MIGUEL ÁNGEL QUINTANA PAZ pero tal cosa no deja de ser un concepto temporal, ya que en la lógi­ ca o marco de referencia de la eternidad ese presente no se opone, sino que se identifica con pasado y fuairo. No es, pues, que la atem- poralidad sea incoherente, sino que es incoherente con la temporali­ dad: no se puede razonar con los principios de una sobre la otra, pues si se hace aparecen las paradojas. Si pensamos, en cambio, desde la peculiar lógica de lo atemporal, no tienen por qué aparecer inco­ herencias. (En esa lógica de lo atemporal, ser libre no significaría poder cambiar las decisiones en el tiempo, pues eso no tiene sentido. Sería, por ejemplo, «tomar las decisiones sin ser determinado por nada o nadie»». Igualmente, las acciones no serían algo decidido en el presen­ te para ejecutar en el futuro, sino atributos perennes que son coloca­ dos en diversos momentos, pero no desde diversos momentos, y así habría que interpretar la persona de Dios). 11. DIOS ES BUENO Si la omnipotencia era el atributo que más puzzles lingüístico- conceptuales planteaba por su peculiar mezcla de totalidad y poten­ cialidad, la bondad divina es, empero, el atributo que más filosofía (y también arte o literatura) ha ocasionado, pues es el que más directamente toca el problema del mal (aunque también toca éste el del amor o la omnipotencia de Dios), y, a su vez, el problema del mal es quizás el que más toca la entraña del hombre. De hecho, hay auténticos argumentos sobre la no existencia de Dios basados en el mal. En teología filosófica, el primero más conocido fue el de Mackie 126: si los hombres son todos libres, existe un mundo posi­ ble en que todos hubiesen hecho el bien siempre, y si Dios no eli­ gió ese mundo para actualizarlo, es que Él no es bueno, así que no es Dios. Pero si, como vimos al hablar de la presciencia, admitimos con Swinburne que al crear seres libres Dios limita voluntariamente su omnisciencia, podemos decir que Dios no sabe, a priori , al crear un 126 J. M a ckie , «Evil and Omnipotence», en Mind , 64 (1955). Cit., apud K. E dgar , II problema del male, Roma 1987, pp. 135-143.

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