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394 MIGUEL ÁNGEL QUINTANA PAZ 7. DIOS ES LÓGICAMENTE NECESARIO Ya hemos visto, al tratar el argumento ontològico, cómo se empleaba este atributo para derivar su existencia, y los problemas que se le ponían para evitar tal derivación. Pero veremos ahora el modo en que este atributo se ha discutido en sentido contrario, es decir, para derivar de él la no existencia de Dios. Es famoso el argu­ mento de Findlay en este sentido 115: Dios ha de poseer una existen­ cia lógicamente necesaria según los teístas, y en verdad nada mera­ mente contingente podría merecer ser considerado superior a todo. Pero se ha demostrado en filosofía que la necesidad lógica no es más que el uso de nuestras palabras (Hume, Tractatus de Wittgens­ tein), así que una existencia lógicamente necesaria es una contradic­ ción. Por tanto, Dios no puede ser lógicamente necesario, y si no es lógicamente necesario no puede ser Dios. Las respuestas a Findley han sido tres: que la existencia lógica­ mente necesaria no es contradictoria, porque la necesidad lógica no es sólo el uso de nuestras palabras; que Dios, efectivamente, no es con­ tingente, pero esto vale sólo para el plano ontologico en sí, y en el lógico, para nosotros, no es preciso a priori que se presente como necesario o contingente: todo dependerá de nuestro modo de razonar, de nuestra lógica, si bien psicológicamente, y para el creyente, también ha de presentarse como necesario. La tercera respuesta de Swinburne 116 une las dos anteriores: sí que hay existencia lógicamente necesaria (por ejemplo, la existencia infinita de números primos puede demos­ trarse lógicamente) y, además, no son productores de grandeza alguna (¿son los números primos especialmente «superiores*»?), por lo que a Dios no le hace falta poseer ese atributo. 8. DIOS ES ESPÍRITU Flew y Nielsen, maestro y discípulo, han argumentado frecuen­ temente que es inconcebible un espíritu que actúe, pues las accio- 115 J. N. F in dlay , «Can God’s Existence be Disproved?», en A. F lew - A. M ac I ntyre , o . c ., pp. 47-75. 116 R. Sw inburne, o . c ., p. 264.

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