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pensar que lo que se siente en ellas es una determinada realidad, estamos ya utilizando un argumento racional para convencer a todos racionalmente a partir de las experiencias de unos pocos. Sería como el argumento de Mitchell, visto en el apartado 3.2.3., de que el gene­ ral es bueno, porque éste es el mejor modo de explicar la profunda impresión que causó en el partisano (aunque el partisano en sí no se convence racionalmente). Los problemas que se echan en cara a este argumento suelen rebajar la experiencia religiosa a alucinaciones y fenómenos psíquicos peculiares o critican la poca fiabilidad de la persona que las tiene. Por ello se contraargumenta, normalmente, poniendo el ejemplo de gente religiosa que dé todas las garantías de sensatez, equilibrio psí­ quico y prudencia en sus certidumbres; también se critica el concep­ to de alucinación, que a priori coloca bajo esta categoría todo aque­ llo que se aparte de un concepto de «lo normal» también apriorísticamente decidido. Las discusiones, entonces, se adentran en cuestiones anecdóticas sobre qué debe ser considerado «normal» en psicología, que no podemos tratar aquí. Por último, podríamos quizá citar como un cuarto argumento débil el de Plantinga 108, aunque en realidad no es tal argumento, sino una falta de argumentos, pero justificada. Para él, como para otros, es enteramente racional y razonable creer en Dios sin argumentos en absoluto mientras no haya argumentos definitivos en su contra. Es decir, la postura del partisano de la parábola de Mitchell sería racio­ nal, ¡pero también la del lunático de Haré! Además, si se concluye que el ateo también puede serlo racionalmente sin argumentos contra la existencia de Dios (como sostiene siempre Flew 109) tendríamos el caso de dos seres racionales que razonablemente tienen posturas opuestas sin que éstas puedan una convencerse a la otra (Mitchell nos enseña que rara vez hay argumentos definitivos, y la mayoría de los teólogos filosóficos estarían de su lado). Mas no parece que ése sea el ideal de la racionalidad. Así que cabe decir a Plantinga que se puede razonablemente sostener la existencia de Dios sin argumentos a favor, pero cabe sostenerla aún más razonablemente si sí se poseen 108 A. P lantinga - N. W olterstorff (ed.), Faitb and Rationality, Notre Dame Univ. Press 1983, p . 17. Cit., apud P. K. R idley , o . c ., p . 137. 109 A. F lew - T. M ieth e, o . c ., p p . 29-36. LA FILOSOFÍA PRAGMÁTICA DEL LENGUAJE Y EL ABSOLUTO (II) 391

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