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LA FILOSOFÍA PRAGMÁTICA DEL LENGUAJE Y EL ABSOLUTO (II) 387 Veamos, entonces, el segundo, que es el que ha dado lugar a la mayor cantidad de literatura en la teología filosófica. Charles Harts- horne y Norman Malcolm han reformado este argumento por prime­ ra vez (entre 1941 y 1960, respectivamente) 102. Para ellos, san Ansel­ mo, dejando de un lado que la existencia fuese o no un tributo (y no una perfección), argumentó también que era imposible que Dios no existiese, pues si Dios es el «Ser mayor que el cual nada puede concebirse», al concebirlo, hay que concebirlo como existente, o no concebirlo en absoluto. Como diría Hartshorne, los conceptos pue­ den ser inconcebibles, concebibles no instanciados (en la realidad) y concebibles instanciados. Como Dios, por todo lo que hemos visto, no puede ser concebible no instanciado, tiene que ser o inconcebi­ ble o existente, y ya que lo concebimos de algún modo (como el ser mayor) está claro que es existente. La crítica a Hartshorne sería que quizá Dios es inconcebible, con lo cual el silogismo disyuntivo ya no abocaría necesariamente a su existencia. Pero esta crítica tiene el inconveniente de refugiarse en la tesis que sostiene el irracionalismo del concepto Dios: y ya hemos visto que no parece en absoluto que Dios sea un concepto carente de significado o de coherencia. Otra posible objeción que evita este inconveniente es reconocer a Hartshorne que, en efecto Dios no puede concebirse más que como existente, pero que eso no implica que en realidad exista. «Mi- coche-existente» no puede concebirse como tal más que como exis­ tente, y, sin embargo, no existe. El argumento de Malcolm se asemeja al de Hartshorne, pero emplea el concepto modal de posibilidad lógica. Dios no puede ser lógicamente posible (pues sería dependiente de otras cosas, y en el concepto de Dios se incluye su superioridad e independen­ cia ante todo), así que tiene que ser o lógicamente necesario o lógicamente imposible. Pero nadie puede demostrar que sea lógi­ camente imposible (que su concepto sea autocontradictorio), así que Dios es lógicamente necesario, y, como todo lo lógicamente necesario, existe. Este argumento dio lugar a un auténtico revival 102 A. P lantinga (e<±), The Ontological Arguments, Londres 1968, pp. 125, 126- 159 (cit., apud P. K. R id ley , Influences o f St Anselm, Nueva York 1981, pp. 136-168).

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