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acumular naderías: Flew sería partidario de argumentos no probabi- listas, sino conclusivos. Tal es el tipo de argumentos que se han dado en la teología filosófica inspirada en el famoso «argumento ontologico», y que vemos a continuación. 5.1.3. El argumento ontològico Ha habido miríadas de versiones del argumento ontologico en este siglo. Todas ellas conllevan, si no en su exposición, al menos en su crítica, complicadas nociones de lógica, lógica filosófica y meta­ física. En general, estos argumentos han aceptado el modo en que Kant rebatió lo que se llama el primer argumento ontologico de san Anselmo, según el cual, como la existencia es una perfección y Dios las posee todas, Dios ha de existir necesariamente. Kant arguyo que la existencia no era una perfección, pues no era determinación algu­ na de la cosa (cuando pensamos en algo como posible y determina­ do totalmente no puede darse que si existe un realidad tenga una determinación más y no sea lo mismo que pensamos). Por ello, del concepto de algo no cabe nunca deducir su existencia, sino sólo otras determinaciones conceptuales 10°. Por tanto, los argumentos ontológicos de la teología filosófica han intentado basarse en un «segundo argumento» ontologico, que aparecía en el capítulo III del mismo Proslogion anselmiano. Sin embargo, quizá cabría una réplica al argumento kantiano que devolviese su plausibili- dad a san Anselmo en su primer argumento, aunque sólo momentáne­ amente, pues, siguiendo las premisas, de esta réplica a Kant también se deduciría la invalidez del argumento ontologico. La réplica es la siguiente: Kant basa el hecho de que la existencia no es una determi­ nación en que hay cosas posibles plenamente determinadas que no existen, y no puede ser «que el hecho de existir añada a esas cosas un nuevo atributo, pues en la probabilidad de una cosa plenamente deter­ minada no puede faltar ningún atributo»101. LA FILOSOFÌA PRAGMÁTICA DEL LENGUAJE Y EL ABSOLUTO (II) 385 100 I. K a n t , El único fundamento posible para una demostración de la exis­ tencia de Dios, Barcelona 1972, p. 69. 101 Ibid.

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