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378 MIGUEL ÁNGEL QUINTANA PAZ de algo que es causa del Universo simultáneamente al primer ins­ tante de éste sin cometer la contradicción de hablar de cosas ante­ riores al tiempo. Swinburne 87 ha intentado un modelo de argumento cosmológi­ co que evita todas estas críticas al argumento de Craig, pues es váli­ do para un Universo eterno y determinista. Lo que hace falta expli­ car, pues, no es el principio del Universo, sino el hecho de que haya leyes causales que lo determinen. La operatividad de esas leyes no está explicada por las mismas leyes. ¿Por qué, de hecho, ha de darse que los cuerpos se muevan de acuerdo a la ley «F = ma», por ejem­ plo? La explicación más plausible (y siempre epistemológicamente preferible a la carencia de explicación, que es todo lo que puede ofrecer el ateo) es que haya un Dios que sostenga la existencia de las leyes y del Universo: así se explicaría que algo exista, y, recor­ dando la pregunta leibniziana, que exista el ser y no, más bien, la nada. Una explicación alternativa mecánico-causal de esas leyes esta­ ría formada por otra ley, y si no reconocemos de nuevo para ésta la acción voluntaria de un agente personal y libre como explicación, estaríamos como al principio. Es interesante comprobar que Swinburne maneja dos tipos alter­ nativos de causalidad: la mecánica y la de un agente libre; y que considera que la primera debe, en última instancia, explicarse por la segunda, que es la única capaz de dar el último fundamento de que algo sea como es. En esto, como en la respuesta a la pregunta men­ cionada sobre el ser y la nada, es palpable la influencia de Leibniz. Por ello, Penelhum 88 ha echado en cara a Swinburne que presupo­ ne otra teoría leibniziana, la del principio de razón suficiente, y que esta teoría no es cierta, pues Dios, por ejemplo, para el teísta, no tiene una razón de su existencia. Pero Penelhum parece olvidar que para Leibniz no todo se sometía al principio de razón suficiente, sino que había cosas (las verdades analíticas) que eran como eran no por una causa sino por necesidad; Dios sería un ejemplo de ser necesa­ rio, y entonces ya no necesita darse una causa. Pero la contrarrépli­ ca atea es fácil: ¿Por qué ha de ser Dios el Ser necesario y no las 87 Vid. T. S. Jam es, o. c., pp. 143-151. 88 Ibid., p. 153.

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