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338 ANTONIO DE OTEIZA Pero si en nuestro trabajo hacemos preferente atención a la escultura, comenzamos generalmente con el material de la arcilla, que ella está siempre propicia para ayudarnos a los encuentros ver­ daderos. El barro, un ser universal, dúctil, abierto para todas las recepti­ vidades, frescura y espontaneidad, especie de criatura viviente pero informe, en espera de nuestras manos para que comience en un nuevo ser, figura de naturaleza nueva, con existencia propia, criatu­ ra en escultura. Pero ¿qué deberán saber nuestras manos para que a su contac­ to con este barro aparezca la escultura, esa criatura viva? Siempre hubo artistas que escribieron sobre la «creatividad», buenos observadores y, a la vez, maestros para los demás. Hicieron ciertos recetarios en los que fueron anotando los lenguajes que tie­ nen las líneas y los volúmenes según fueran ellas o el lugar que ocuparan en el espacio: que las rectas eran frías y las curvas cáli­ das; la diagonal, el movimiento. Lo geométrico, lo mental. Lo infor­ mal, el afecto. La repetición, la multitud. Una pirámide al revés, ascensión y fuga. Una masa en el norte, a manera de imán. La hue­ lla del dedo humaniza. Los planos hacen silencio. Una masa flotan­ do en el espacio se independiza. El volumen, según su forma de cubo o de esfera, la seguridad o inseguridad, etc. Manuales de psicología del arte, aparentemente a manera de ciertos métodos para la creatividad, pero si antes no existe el sujeto artista, toda metodología es nada; paradójicamente la creatividad no se hace, se tiene. Mucha gramática, como si se quisiera descubrir en todo un len­ guaje realmente parlante. Puede ser que todo eso fuera bueno el haberlo leído alguna vez para luego dejarlo olvidado en la memoria, y que así nos fuera a quedar cierta atención instintiva. Pero el verdadero aprendizaje nacerá desde la insistencia de uno mismo, descubriéndose a sí mismo, y que al final se le distinga por ese su personal estilo, que en ello viene a descubrirse también una nota de autenticidad. El estilo personal del artista, el que le distingue de los demás, es propio de aquel que tiene fe en sí mismo, que se interpreta con

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