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302 ABILIO ENRÍQUEZ CHILLÓN del concepto, de la enseñanza, del dogma»10. Y en la página siguien­ te añade: «El espíritu necesita formas para encarnarse, cristalizarse». Longino coloca a los poetas en la cercanía creadora de Dios. Según este autor existen tres creadores en el universo: Dios, la naturaleza y los poetas. Sin embargo, no han faltado gentes que en nuestro mismo tiempo han considerado locos a los poetas. Yo me atengo al dicho de Chesterton, que no son los poetas los que se vuelven locos, sino los matemáticos y los jugadores de ajedrez. Después de estas breves divagaciones, retomo el hilo de mi razo­ namiento. Adentrémonos, con permiso de los teólogos, en una excur­ sión brevísima por los campos de la teología. Creo que con todo dere­ cho podemos asegurar que el primer poeta —y el más perfecto y sublime de todos— es el mismo Dios. De él, como diría Platón, nació la poesía humana como de su propia fuente. «La poesía, escribe Dámaso Alonso, no se realiza plenamente más que en Dios» 11. Y Muñoz Alonso: «Poeta en verdad sólo Dios es, no los hombres»12. La filosofía, a su vez, nos enseña que Dios es acto puro, y por eso está siempre obrando y creando, y lo hace por medio de su Palabra, su Verbo, como enseñan san Juan y san Pablo, y esto desde su perenne eternidad. Naturalmente que todo lo que Dios crea es perfecto y bello. Pero incluso en las cosas y seres creados por Dios podemos apreciar grados de belleza. Consecuentemente no dudamos en creer que en uno de los más altos niveles de esa belleza se encuentran la poesía y la música. Estamos, pues, autori­ zados para creer no sólo en la excelsa belleza de la poesía, sino también en la perennidad e invariabilidad de su esencia y de sus cualidades esenciales. Más aún, se da el caso de que participan de esa invaria­ ble perennidad algunas de las formas expresivas de la poesía. Una —acaso la más favorecida— de esas formas que ha gozado, y goza, de esa especial prerrogativa es cabalmente el s o n e t o . Al menos es indudable que la forma de este poema singular, desde su misma aparición en el firmamento literario, ha logrado una fortuna extraor- 10 E. R. C urtius , Literatura y Edad Media, México 1955, voi. II, pp. 565 y 566. 11 D ám aso A lonso , Poetas españoles contemporáneos, Madrid 1955, p. 320. 12 Adolfo M uñoz A lonso , Filosofía a la intemperie, Madrid 1953, p. 133.

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