PS_NyG_2002v049n002p0299_0332

328 ABILIO ENRÍQUEZ CHILLÓN Sexta, última y suprema prueba de amor verdadero, que desde la cruz nos dio Jesús del suyo: «y tu muerte». El mismo Jesús había dicho un día: «Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). Y él la dio hasta por sus enemigos y ¡de qué manera! Todo un Dios muriendo ¡y crucificado! para redimir a sus criaturas humanas, inteligentes y libres y, por libres e inteligen­ tes, son capaces también de ser pecadoras y necesitadas de reden­ ción. Creo sinceramente que humanamente no es posible decir nada mejor y de mejor modo. Queda todavía otro motivo o razón, el principal y más decisi­ vo para amar debidamente a Dios. Dada su extraordinaria impor­ tancia, el autor le dedica a él solo todo el primer terceto. Este moti­ vo supremo es que Dios ha amado al autor primero, infinitamente antes de que el autor pudiera amar a Dios. Este amor, sobre todos los demás motivos, es el que definitivamente le mueve a amar a Dios: «Muéveme, al fin, tu amor», e incrementa la vehemencia de este con la intensificación: «y en tal manera/ que aunque no hubie­ ra cielo yo te amara/ y aunque no hubiera infierno te temiera». Destaca aquí la magnitud y el excepcional valor de ese primer amor y de ahí el máximo influjo para que el autor le corresponda. Este amor pone su fundamento y todo su peso en la divina revela­ ción por medio de san Juan: «En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero» (ljn 3,10). La conclusión de todo lo que lleva escrito el autor la ha dejado plasmada de modo relevante en el segundo terceto. Es un bello y magnífico epifonema en tres versos, rematado con el pensamiento más importante de todo el soneto, como lo exige la teoría literaria a este diminuto poema poético. En el primero de estos tres últimos versos con la afirmación más decisiva y comprometida de todo lo que deja escrito: el desprendimiento total de todo lo que no sea Dios: «No me tienes qué dar porque te quiera». El sentido de este verso, creo que no bien entendido por varios o muchos de los críti­ cos o comentaristas, los ha llevado a decir que el soneto decae en su estrofa final. El sentido correcto de este primer verso de esa estro­ fa no puede tener otro sentido correcto y acorde con el resto del soneto sino éste: «no tienes cosa, o premio o sencillamente nada que darme porque te quiera».

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz