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SUGERENCIAS EN TORNO AL SONETO -NO ME MUEVE, MI DIOS- 327 Comienza el segundo cuarteto con otra gradación, aquí ascen­ dente: de lo negativo a lo positivo, motivos que sí le mueven a que­ rer a su Dios. Razones perfectamente legítimas, porque amar al amado por sus hechos u obras es amar al amado por el amado, pues los hechos u obras forman parte integrante del amado. En otro solo cuar­ teto nos va a ofrecer nada menos que seis motivos que sí le mueven a amar a su Dios. Primero y principal, el mismo amado: -Tú me mue­ ves, Señor». Desde luego ninguno ya podrá ser mejor. Le mueve ade­ más porque ha sido él —el amado— el primero en amarlo a él, su criatura, y lo ha amado incluso mejor. Prueba que Dios lo ha amado con el segundo motivo que él tiene para amar a Dios: «muéveme el verte/ clavado en una cruz». Todo un Dios se ha dejado clavar en una cruz por él. El autor sabe bien que la voluntad humana, para salir de su indiferencia operativa y poder ejecutar algún acto, positivo o nega­ tivo, necesita ser movida por alguna razón o motivo. Por eso, ha inquirido en su mente la razón que ha podido mover a Dios para dejarse clavar en una cruz y la ha encontrado: el amor que nos tiene y le ha llevado a redimirnos de esa forma, esencialmente a él que se considera el más necesitado de ese amor y de esa redención. Ese amor de Dios a nosotros ha llegado a un grado más alto que el de dejarse clavar, sufrimiento corporal. Ese grado más alto que el del sufrimiento corporal es el sufrimiento moral, más fuerte y más sensible porque afecta directamente al alma. Aquí el tercer motivo para amar a Dios, «y escarnecido». Cuarto motivo o razón positiva para querer a su Dios: las llagas de su cuerpo. El autor se estremece de intenso dolor al ver traspasados por sendos clavos esos dos pies capaces de santificar con sólo tocarlo todo lo que pisaran; y por otros dos clavos aquellas manos hacedoras de todo lo creado. Creo muy posible que el autor escribiera en este verso pecho en lugar de cuerpo. Por dos razones, la primera porque las cuatro llagas de pies y manos están a lo menos aludidas en la crucifixión. La segunda porque la llaga del costado es mucho más llamativa y digna de admiración, sobre todo porque en ella se hirió el corazón, símbolo y asiento del amor, por ello también una demostración más viva del amor de Dios a nosotros. A seguido expresa la quinta razón: «muévenme tus afrentas». En esta sola palabra van incluidos insul­ tos, escarnios, desprecios, y las peores y más afrentosas maldicio­ nes. Todo ello dirigido a toda una Persona divina: tus.

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