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324 ABILIO ENRÍQUEZ CHILLÓN todo lo que ha creado, como enseña san Agustín. Nosotros hechos a imagen y semejanza de Dios, podemos también llegar a poseerlo por nuestra inteligencia y nuestra voluntad, y ésta poseerlo naturalmente por el amor. La posesión más satisfactoria y lo que proporciona mayor felicidad al que la posee es la del amor. Cito un bello párrafo del antes citado Osuna. Trata de la gracia y escribe: «Llámase gracia toda merced que Dios nos hace... es una forma, o don, o hábito, o disposición, o cualidad o influencia divina que sólo Dios cría en el ánimo de sus amigos, para que por esta gracia sean de él amados y sean apartados de los otros. Esta gracia es así como divisa o señal con que se conoce del bando del prínci­ pe de la gloria Jesucristo, por los merecimientos del cual cría Dios esta gracia en el ánimo de los fieles si esta soberana gracia que tanto hemos menester se dice que hace agradables a Dios a los que la tienen, se puede decir gracia graciosamente dada, pues él la conce­ de sin nuestros merecimientos»48. Como muy bien dice el también citado P. Gomis: «La mística, aunque es ciencia de amor y, por consiguiente, ejercicio especulati­ vo de la mente, sin el cual se convertiría en iluminismo fanático»49. Con razón es considerada la mística como la cúspide de la ciencia divina o teología, porque ella no sólo conduce al conocimiento más espiritual de Dios, sino sobre todo nos puede elevar a la unión más íntimas posible en esta vida con él. El soneto que nos ocupa ha elevado al que lo compuso a expansionarse en las cumbres más altas del amor puro y desintere­ sado. La cumbre cenital del amor es el amor verdadero perfecto, y éste lo es el puro y desinteresado. Tal es el amor con el que el sonetista pretende amar a Dios, el objeto absolutamente más exce­ lentemente digno de ser amado. Ahora bien, puesto que el amor más amor y más perfecto es el ahora expresado, hay que añadir que ese amor se logra sólo y cuando al que se ama se le quiere sólo por ser quien es. Mas el único ser al que se puede y debe amarse de ese modo es Dios y sólo él. En el amor entre seres humanos siempre habrá alguna mezcla del yo agente, siempre se 48 Id., ibid., p. 310. 49 Id., ibid., introducción citada, p. 5.

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