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314 ABILIO ENRIQUEZ CHILLÓN también cierto que lo único que Dios pide y espera de nosotros es nuestro amor. Lo que este pedir y esperar tiene de rentable para nosotros es que lo que Dios pide y espera no es para su bien o pro vecho, puesto que es infinito e inmutable por lo que nada puede añadirse a su bien y a su felicidad infinitos. Si lo pide y espera es únicamente para nuestro bien y nuestra felicidad. Pero Dios es tan generoso con nosotros que para que nuestro amor a él pudiera ser de alguna manera satisfactoria recompensa al suyo, supuesto que el amor sólo con amor se paga, ha hecho posi ble que le pudiéramos amar a él con su mismo amor, aunque en nosotros este su amor es sólo participado, pues, por nuestra limita ción, no puede serlo en su totalidad infinita. Si nos lo pide y desea es siempre y únicamente para nuestro bien y nuestra felicidad. Cier tamente Dios nos ama y no desde lejos; nos ama aposentando en lo más íntimo de nuestro propio ser, más dentro de nosotros que noso tros mismos, en expresión de san Agustín. Hasta ha hecho posible que nosotros pudiéramos amarlo a él con el mismo amor con que él se ama a sí mismo y, por decirlo de algún modo, mediante el mismo factor, el Espíritu Santo. Dios realiza esta maravilla en nosotros por medio, como acabo de indicar, especialmente de su Espíritu Divino, que es el amor per sonal con que Dios se ama a sí mismo. Ese su Espíritu, junto con la primera gracia santificante que recibimos por primera vez el día de nuestro bautismo, tomó posesión de todo nuestro ser y lo hizo su morada persistente mientras nuestra alma permanezca en su gracia. En realidad lo hicieron las tres divinas personas puesto que son inse parables, y donde esté una estarán las tres por ser un solo y único Dios. Por ser esta acción de Dios en nosotros obra de amor por apropiación, lícitamente se atribuye de modo especial al Espíritu Santo que es el amor personal en Dios. De todo esto se deduce una muy consoladora y teológicamente cierta consecuencia: que no sólo Dios nos ama infinitamente, sino que hace que también nosotros podamos amarlo a él casi infini tamente porque nos concede amarlo a él con su mismo amor infi nito, por más que no podamos tenerlo infinitamente como él es, sino nosotros solamente de manera participada y limitada. Puede que alguno de los que hayan tenido el aguante de leer todo lo que acabo de escribir, se le haya ocurrido preguntarse, pero
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