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SUGERENCIAS EN TORNO AL SONETO «NO ME MUEVE, MI DIOS» 313 P o sibles in flu jo s en el son eto Entre las varias que suelen citarse —más adelante citaré algu nas— en ninguna de ellas he visto citada la que, a mi parecer, es la primera y más importante: la del apóstol y evangelista san Juan. Sin duda alguna este autor inspirado ha escrito lo más grandioso y más exacto del amor. Ha dicho nada menos que Dios es amor (ljn 4,16). Y a continuación una afirmación sumamente apreciable y animado ra para nosotros, seres intelectuales: «Y el que permanece en el amor permanece en Dios». Y luego la conclusión más inestimable tam bién para nosotros: «Y Dios permanece en él (su criatura)». Pienso que el autor del soneto, como clérigo que debía de ser sin duda, hubo de tener muy en su mente este sublime dicho de san Juan. Nada efectivamente se ha escrito ni podrá escribirse más bello y de más subidos quilates de verdad que lo escrito por el após tol evangelista. Creo que no me equivoco al deducir de lo que acabo de escribir que es san Juan el que más ha influido en las ideas del autor del soneto al redactarlo. En ese dicho está expresado lo que es y cómo puede ser el amor puro, desinteresado y perfecto, sin el menor asomo de miras egoístas, satisfacciones o provechos perso nales. Y, hechos nosotros a imagen y semejanza de Dios, el autor del soneto tuvo que pensar que nuestro amor a Dios debe ser lo más semejante posible al que él nos tiene. Otra consecuencia que se deduce de lo anterior es que si Dios es amor nada nos puede regalar mejor que, siendo Dios, el amor. De lo cual puede deducirse también con toda lógica que su amor es lo que puede hacernos más felices; primero aquí en la tierra, tem poralmente y más tarde en el cielo para siempre, puesto que nada puede hacernos más felices que la posesión del mismo Dios que es amor. Finalmente, sabiendo que el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, legítimamente podemos deducir que lo mejor que tiene el hombre es su amor y es esto mismo lo mejor y más valioso que de suyo puede dar. No tiene, pues, nada de extraño lo que aseguran los místicos cuando dicen que si lo mejor que Dios puede darnos es amor, y es también lo que nosotros debemos agradecerle. No es menos cierto igualmente que lo que nosotros podemos dar dignamente a Dios y lo único que a él le agrada de nosotros es nuestro amor. Por ello es
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