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SUGERENCIAS EN TORNO AL SONETO «NO ME MUEVE, MI DIOS > INTRODUCCIÓN Permítaseme un poco de historia. En el santuario privado de mis devociones poéticas, abrigo la creencia —o convicción— de que la poesía junto con la música, hermanas íntimas, constituyen uno de los pocos restos salvados por el hombre al verse obligado a abando nar el Paraíso tras su infidelidad al que en él lo había creado y colo cado. Porque me parece perfectamente creíble que fue allí donde ambas hermanas tuvieron su nacimiento. Si fue así, éste se verificó, con toda seguridad, durante las charlas amistosas —parece que dia rias— de Padre a hijos con Adán y Eva, a la brisa sedante del atar decer, «ad auram post meridiem», según el texto latino del Génesis: Cuando Dios «se paseaba por el jardín tomando el fresco» (Gén 3, 8). Baso mi afirmación en la observación de que Dios habla siem pre, o casi siempre, en verso. Repárese en que la palabra de Dios escrita en la Biblia, en la mayoría de sus libros, resalta el lenguaje poético. La razón es sencilla: la forma poética es la más bella de todo lenguaje. Naturalmente, Dios habla siempre bellamente. Poesía y música fueron, sin duda, uno de los más estupendos regalos con que Dios quiso obsequ iar a nuestros primeros padres antes de su desobediencia. Es quizá por esto por lo que una y otra las evoca mos siempre con un deje de nostalgia. Acaso también por ello, las dos constituyen una de las pocas y más puras fuentes de espléndi da y placentera delicia espiritual y de gozo anímico deleitable para la sensibilidad humana. Ya en sus lejanos tiempos, el padre de los poetas, el inmenso Homero, escribía: «No hay mortal que no deba respeto a esos hom bres divinos a los que las musas (diosas para él) enseñaron el arte del canto y los consideran sus favoritos » l . En el lenguaje homérico canto y verso son vocab los sinónimos. Recuérdese, además, que 1 Odisea VIII, pp. 480-81.
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