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218 POLICARPO FELIPE ALONSO divina, y deseoso de mezclarse con las demás, y sujetarse al pas­ tor que tiene... No tengas horror, ó padre, a este robador cruel y furioso, porque... ya he mudado de parecer, y en satisfacion (aun­ que no suficiente) de los robos que le he cometido me propongo á mi para ser robado, y para que el que subia como león a hazer presa, baxe hecho presa á humillarse entre los corderos... Ves aquí, o fray Luis, a Saulo el perseguidor tuyo y de los tuyos... Ver­ daderamente yo estaba ciego...» 345. Una vez llevada a cabo la conversión, la cual evidentemente no se puede limitar a un momento concreto de lucidez del sujeto en cuestión, sino que tuvo que requerir necesariamente un proceso, sobresalen tanto fray Pedro como fray Juan en el ejercicio de las vir­ tudes de una manera radical. Al bueno de fray Pedro de Mazara le quedó un poso de culpabilidad que arrastró durante toda su vida como religioso, lamentándose siempre por las atrocidades cometi­ das contra la gente. El ejercicio de la humildad, el continuo castigo corporal destacan en el relato. Concretamente sobresale un ejercicio de penitencia que hacía, se quitaba el hábito y se ponía una soga al cuello, haciendo que los novicios le arrastrasen por toda la casa y la iglesia, mientras él gritaba: «Arrastrad, arrastrad a un hombre perver­ so, a un hombre facinoroso, ó por mejor dezir, no hombre, sino peor que una bestia fiera...»»346. Fray Juan tampoco «cesava de derra­ mar lagrimas todo el dia para darse mas° a la penitencia y exercitar- se en el nuevo modo de vida con mas perfección»» 347, y procuraba llevar una vida pobre y orante. Finalmente, por lo que respecta a los signos milagrosos, de nin­ guno de los dos se nos relata signo alguno; solamente Boverio insi­ núa, a propósito de fray Juan, que «siguiéronse a su muerte muchos milagros que calificaron la santidad de su vida, como lo afirman fidedignos originales de nuestra Orden, de que no ha quedado mas noticia que la tradición asentada y común, y algunas tablas que anti­ guamente se colgaron en su sepulcro»»348. 345 Lib. 5, cap. VII, nn. 38-39, p. 216. 346 Lib. 10, cap. XVII, n. 122, p. 464. 347 Lib. 7, cap. IV, n. 25, p. 311. 348 Id., cap. IX, n. 63, p. 322.

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