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214 POLICARPO FELIPE ALONSO tramos en dos hermanos que destacan sobre los demás por lo que se refiere el número de curaciones. Se trata de fray Antonio de Cór­ cega y Mateo de Leonisa. Leyendo detenidamente la vida de estos dos frailes, encontra­ mos las líneas fundamentales que configuran este modelo de santi­ dad, que son: el ejercicio de las virtudes como medio de vida santa, la caridad para con el prójimo y el hecho de exponer las curaciones como un medio del que Dios se vale para mostrar la santidad de sus hijos. Una vez más estos frailes se caracterizan por poner en práctica toda una serie de virtudes que de cara al pueblo suscita, en un prin­ cipio, la admiración y la devoción y, posteriormente, el desarrollo de un culto al hermano. No son pocas las páginas en las cuales Boverio habla de la vida virtuosa de fray Antonio de Córcega, des­ cribiéndole como un destacado en «todo genero de virtud», en su dura penitencia, su rara abstinencia, su pobreza y el castigo corpo­ ral que se infligía, su continua oración, su caridad para con los más necesitados... «En fin era tal su excelencia, ya en el exercicio de la caridad... y ya en el de las virtudes, que assi por milagros frequen- tes, que nuestro Señor obraba a su instancia, como por la notorie­ dad que avia de su perfección, no le dava la gente mas nombre que el de Santo Padre, y por él comunmente le conocían» 339. Lo mismo podemos decir de fray Mateo de Leonisa, que se valió de la humil­ dad para cultivar después todas las demás virtudes. También dice Boverio que «queriendo Dios que la santidad del siervo de Dios no fuesse oculta, sino que se manifestase en el Orbe, no solo se sirvió de ilustrarle con el don de la prophecia, que en el fue excelente, sino con otras muchas señales y milagros clarissimos...» 34°. Tal y como podemos comprobar en las palabras de Boverio, la vida virtuosa constituye un medio eficaz para que Dios disponga que el hermano en cuestión resplandezca con toda una serie de sig­ nos milagrosos a favor de los demás. Y todas estas curaciones, cons­ tituyen, a su vez, el medio por el cual se manifiesta la santidad de estos personajes. También es evidente que el motor que mueve a 339 Lib. 10, cap. III, n. 25, p. 430. 340 Lib. 12, cap. IV, n. 30, p. 542.

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