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148 FIDEL AIZPURÚA mismo, las personas y los grupos orantes han de ir conformando su propio estilo de orar, condicionado muchas veces por el tiempo y el contexto social en el que se hallan insertos. Más aún, dado que las maneras seculares de vivir, incluso en el caso de la VR, son poco estructuradas, el trabajo orante habrá de tener la flexibilidad suficien­ te para adaptarse a esa pluralidad de situaciones. La diferenciación se impone, aunque es posible que los diversos trabajos tengan elemen­ tos de fondo coincidentes. e) Con ayudas adecuadas Ya que ha pasado el tiempo en que las actividades de la fe se hacían en el individualismo y en el aislamiento. Se necesita una cone­ xión amplia con marcos sociales y eclesiales generales. Por eso mismo, el trabajo orante está necesitado de ayudas eclesiales y sociales que lo hagan posible. Quizá la primera traducción de estas ayudas tenga el nombre de la fraternidad. Pero no se agota en ella. De tal manera que en la «sociedad de la red» como es la nuestra también sea preciso aspi­ rar a «redes de orantes»», personas conectadas por similares preocupa­ ciones y que emplean caminos parecidos. Esta conexión daría, sin duda, posibilidad de continuidad y ahondamiento al hecho orante. 0 La necesaria verificabilidad Acostumbrando el hecho religioso a la indefinición, a situarse en lo nunca verificado, el trabajo orante, como todo trabajo (por muy espiritual que se lo quiera) ha de pasar esos «controles»» que lo sitúen en la verdad y en la concreción de los días. Ahí la fraterni­ dad puede ser de enorme utilidad55 , en su defecto, otras personas interesadas y practicantes del mismo camino orante. Se trata en el fondo de recabar ayudas para un trabajo que si no se lo sitúa en parámetros cotidianos, y por lo tanto comprobables, corre un enor­ me riesgo de disolución. 55 Las mismas Constituciones hablan expresamente de este tema: «La fraterni­ dad local interpélese en los Capítulos sobre la oración comunitaria y personal de los hermanos» (Const 53,4).