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pecadores, si se quiere, pero cumplen insignemente con la voca­ ción primordial de la creación: son obedientes a la llamada de Dios a vivir y a dar vida a otros, aun en medio de la catástrofe»49. El trabajo orante depende mucho de esta conciencia básica de ser llamado a vivir y a dar vida. Si la oración se instala exclusiva­ mente sobre la opción de VR, si no se asienta sobre esta vocación básica a la vida, adquiere un enfoque desviado que luego es muy difícil corregir. Una oración desligada de la vida termina por ser poco más que una afición espiritual. g) Contemplar como ahondar Deudores, como lo hemos indicado, de una idea de trascen­ dencia que necesita «salir« de la estructura histórica para encontrarse con Dios, la contemplación ha sido entendida como un trabajo de éxodo, de salida de uno mismo en busca de la experiencia de la vida en el lugar mismo de Dios. En realidad, el lugar de Dios, como lo dice el Evangelio, es la historia humana. Por eso mismo, la con­ templación podría ser entendida como un continuado trabajo de profundización que «trasciende» la superficialidad, atraviesa las raí­ ces de lo que somos y da con esa zona última, «oscura», pero nece­ sitada de salud en la que Dios ha puesto su morada a perpetuidad. De ahí que la contemplación puede ser entendida como el encuen­ tro en la profundidad de la persona que no es otro ámbito que el de su propia verdad más necesitada de salud. Es justamente ahí donde la experiencia de Dios adquiere densidad y verdad. Con toda claridad y fuerza lo expresó P. Tillich: «El nombre de esta profundidad infinita y de este fundamen­ to inexhausto de todo ser es Dios. Esa profundidad es la que pen­ samos con la palabra Dios .Y si la palabra no posee para vosotros mucho significado, traducidla entonces, y hablad de la profundi­ dad de vuestra vida, del origen de vuestro ser, de aquello que os atañe incondicionalmente, de aquello que tomáis en serio sin -SI AL SILENCIO LLEGARAS...» ORAR PERSONALMENTE... 145 49 J. S obrino , «Reflexiones a propósito del terremoto», en Concilium 290, abril 2001, pp. 131-132.

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