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48 POLICARPO FELIPE ALONSO dedicación en todos los campos, junto con su gran erudición, algo que le fue reconocido por sus contemporáneos: Urbano VIII, el Car­ denal Barberini, y hasta el mismo Lucas Wadingo. Sin embargo, esto no le hizo ser más engreído, al contrario, siempre luchaba por mejorar y aceptaba humildemente todo cuanto se le encomendaba. Una cita de los Anales resume perfectamente su estilo, intención y sentido: «La tarea de redactar esta historia, obra de obediencia y de la voluntad ajena, por mis superiores impuesta a mí urgentemente, hube de asumirla; de la cual me hubiese abstenido de buena gana para ceder el puesto a otro más prudente y más sabio si no me hubiese obligado a ello la autoridad del superior. Por lo cual, a nadie le debe parecer sorprendente que yo haya puesto a dispo­ sición estos dos volúmenes, como referencias comunes, no en un estilo pomposo, como en fértil suelo, sino llanamente, en una estéril estructura de la narración de la historia; ni tampoco fue emprendida por mí la razón del estilo y de las palabras, sino de los hechos, y principalmente mirando al precepto de la obedien­ cia a mi prescrita. Ciertamente, el superior ignoraba no sólo mi esterilidad, innata a la inelegancia del discurso y a la impericia, cuando, contando con ellas, ordenó que la historia debía ser escri­ ta por mí; al contrario, se esforzó en que el obediente no discu­ tiera la voluntad del jefe ni enjuiciara lo mandado, sino que sola­ mente pusiera la atención en aquello que le había sido mandado, deponiendo toda tardanza. Yo razonablemente puse mi empeño, no de manera indolente, en el trabajo diario para escribir estas cosas, darlas vida, llevarlas adelante, hasta llegar al fin; puse al descubierto con toda fidelidad la desnuda y pura verdad de la his­ toria tal como la recibí de los manuscritos de la Orden; ordené las cosas hechas dispuestas cada una en su tiempo y orden; no omití, finalmente, ningún estudio ni trabajo, con el que pudiera cumplir diligentísimamente, según mis fuerzas, la obra impuesta por la obediencia. Lo que haya conseguido, sin embargo, con esta mi solicitud y diligencia, es absolutamente desconocido por mí. Ciertamente podía haber escrito con mayor peso y seriedad muchas cosas, tanto de palabra como de opiniones; varias podría haberlas perfeccionado y pulido con mayor diligencia; muchas, en fin, sin duda alguna, podría haberlas reformado mejor y más perfectamente, pero estos son defectos propios de un inexperto aún novato, que la virtud de la obediencia debe borrar o, al menos, cubrir.

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