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106 POLICARPO FELIPE ALONSO Al final de su vida, Ochino cayó enfermo y se arrepintió de su herejía solicitando a un sacerdote que le restituyese de nuevo a la unión con la Iglesia Católica. Las palabras de Boverio así lo demues­ tran: «Confiessoos, carissimos, y pongo a Dios inmortal por juez de mi causa, y de mi pecado, que me engañó miserablemente el demo­ nio, quando desamparé con impia temeridad, la Romana, y Católi­ ca, Iglesia, que es sola la Iglesia verdadera de Dios, y la Esposa inco­ rrupta de Christo» 238. Fueron enviados dos herejes para comprobar el rumor de su conversión y con la orden de que si era cierto le die­ ran muerte. Al ver que su arrepentimiento era verdadero, «ellos, sacando unos puñales que traian consigo ocultos, le mataron estan­ do en la cama, y levantadas las manos al cielo, aunque otros dizen, que por orden del Magistrado le sacaron fuera de la Ciudad, y murió apedreado» 239. Para atestiguar el hecho de la conversión de Ochino al catolicismo y de su terrible muerte, presentó Boverio nada menos que ocho testimonios 240. A pesar de que en un principio la redacción sobre Ochino es negativa, se aprecia en Boverio una especie de simpatía especial hacia este personaje, simpatía que aparece reflejada claramente al final del relato, cuando explica una conversión y un martirio que nunca tuvie­ ron lugar, y es que Ochino había alcanzado una categoría tal en la Orden, que se hacía difícil imaginar un final como el que aconteció. 2.1.6. Una nueva estabilidad: Francisco Essino Fue el encargado de arreglar el desaguisado ochiniano ante el papa y los cardenales. Gracias a su testimonio tuvo continuidad la Orden capuchina: «Santissimo Padre, también entre los apostoles huvo un Judas, que vendió a Christo, y no por ello se extinguió el colegio apostolico...»241. Antes de pasarse a los capuchinos intentó una reforma en los observantes. Junto con Bernardino de Asti, obtuvo del papa en 1532 238 Crónica, Lib. 8, cap. IX, n. 72, p. 355. 239 Id., n. 74, p. 355. 240 Id., caps. IX-X, nn. 75-91, pp. 356-359. 241 Id., cap. XII, n. 102, p. 363-

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