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488 JOSÉ LUIS LARRABE P alabra y E ucariatía Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica: la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, nos dice en el n. 1346. Y añade, insistiendo en esta unidad y hasta unicidad: «constituyen juntas un solo acto de culto» (ibíd., citando el concilio Vaticano II, SC 56). Con esto estamos ya muy lejos, a enorme dis­ tancia, de aquella dicotomía, incluso separación de las lecturas fsicj como no necesarias para «cumplir» con el precepto dominical [!]. Buen resumen de lo que se quiere decir —en buena ley de exé- gesis del Vaticano II— y fácilmente inteligible por todos, lo encon­ tramos en el n. 1347: «Jesús, en el camino [de Emaús] les explicaba las Escrituras; luego, sentándose a la mesa con ellos...». Luego viene el capítulo, imprescindible, de la participación de todos en la misa; lo cual, tratándose de niños y jóvenes, tiene particu­ lar relieve e importancia: «‘omnes’ in celebratione suas activas babent partes» (n. 1348): está entrecomillado omnes: todos, siguiendo en esto, también en esto, que es tan importante, lo que ya el Código vigente de la Iglesia había dicho y decidido en 1983, canon 899, 2. Toda la importancia que a la liturgia de la Palabra da el nuevo Catecismo está basada en considerarla como «Exhortación a aceptar la Palabra de Dios» [en la propia vida y traducirla en vida] (n. 1549). Ya Karl Rahner había definido de forma semejante la homilía, dicien­ do que consiste en «decir aquello único que Dios quiere decir a cada persona y a la comunidad aquí y ahora, en el kilómetro de la histo­ ria de la salvación en que se encuentra». Hablándonos del ofertorio, mejor diríamos presentación de dones, se nos avisa y advierte que desde el principio mismo de la Iglesia se entendió y se practicó como inseparable de la misa la soli­ daridad con los pobres (n. 1351). También el valor de «sacrificio» de Cristo y nuestro se les puede explicar —y se debe— a niños y grandes, en todo estado de vida y en toda circunstancia (cf. Jn 6, 57, y nn. 1356 y ss.). Si es sacrificio de Cristo Cabeza, también de su cuerpo. El principio mismo está claro al hablar (n. 1356) de que la sus­ tancia misma de la misa se ha mantenido y ha de mantenerse fiel­ mente; y que hay aspectos que hay que adaptar a las circunstancias

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