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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 407 La cita ha sido larga, pero era indispensable tenerla a la vista como texto fehaciente a favor de toda la reflexión que vamos haciendo sobre el mito pagano de la caída como precedente históri­ co y cultural del «dogma» cristiano del PO. El mito es la tierra m adre qu e recog ió el p r im e r g erm en d e aqu ello qu e f u e d esarrollán d ose hasta llegar a ser propuesto com o «dogma» en la Iglesia latina. Con los matices que veremos. El obispo de Hipona no tuvo inconvenien­ te en proclamar el parentesco entre ambos (mito pagano y dogma cristiano) con notable claridad. San Agustín, al establecer esta conexión tan próxima e interna entre el mito pagano de la caída y la narración genesíaca del peca­ do del primer hombre, encuentra en ambos una gran preocupa­ ción por la ‘miseria’ humana y una convergente explicación sobre el origen de la misma. Es posible que tuviese entonces en la mente la id e a d e l p la g io : la convicción de que los escritores paganos habrían recibido inspiración y hasta plagiado a Moisés, autor del relato genesíaco. Idea que habían puesto en circulación algunos escritores ju-díos intertestamentarios, como Filón de Alejandría. La historia de la caída narrada por Moisés la habrían contado ‘a su modo’ los paganos: mitógrafos, adivinos, sacerdotes, magos. Por otra parte, estaba vigente en aquellos siglos la idea de las «semillas del Verbo»: La presencia de gérmenes de verdad que el Logos habría sembrado en el espíritu de los mejores paganos como dis­ posición providencial para la siembra que el propio Logos habría de hacer al entrar personalmente en la historia humana. Por tanto, pues arroja al hombre a un abismo de miserias-, ibid., lib. VI, c. 21, n. 67; PL 44, 864. Un lector volteriano podría sentir la tentación de dar otro giro a la frase cicero­ niana y decir: el Dios que interviene en el asunto del PO da la impresión de tratar a los hombres no como madre, sino como madrastra; pues castiga a todo el género humano, por los siglos sin fin y con tanta miseria, por un pecado, de un único indi­ viduo, en un único momento, perdido en la nebulosidad de los tiempos primordia­ les». Desde luego que el contrincante de Agustín, el obispo Julián de Eclana, no tuvo inconveniente en llamar, con reiteración y apasionadamente, maniqueo puro y duro al obispo de Hipona, por su doctrina sobre el pecado original, sobre el Dios que lo castiga en forma tan tremenda. Este recurso argumentativo a buscar testimonios en autores ajenos al cristianismo para corroborar la doctrina cristiana del PO es táctica seguida también en la actualidad. Por ej., H. M. K öster , Urständ, Fall und Erbsünde in der katholischen Theologie unseres Jahrhunderts, Regensburg, Pustet, 1983; Para­ theologische Gedanken zur Urständ, Fall und Erbsünde, pp. 227-243.

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