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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 467 del PO. En la actualidad, semejante ‘creación’ está sometida a crítica radical desde ambas vertientes, secular y religiosa. — La cultura secu lar ya llegó al abandono total de esta creen­ cia desde los tiempos de la Ilustración y a lo largo de la moderni­ dad. Culminó este abandono, si es que era necesario completarlo, con la aparición y aceptación universal del evolucionismo. Valorado no tan sólo, ni principalmente, a nivel de las diversas ciencias empí­ ricas, positivas, sino, sobre todo, en cuanto que este evolucionismo, cultivado por las ciencias empíricas, implica una concepción nueva: dinámica, evolutiva, procesual, ascendente y lineal del ser, del acon­ tecer y del conocer humano. En oposición frontal a la visión inmo- vilista, fijista, estática del ser y del conocer que está en la base del entramado especulativo-racional con el que se construyó y se quie­ re seguir justificando teóricamente la creencia/dogma del PO, en cada uno de los momentos de su historia multisecular. — P or lo qu e se refiere a la cu ltu ra religiosa cristian a , al menos dentro de la Comunidad católica, se ha entrado ya en el ca­ mino ancho que lleva a la superación plena de esta vieja creencia. Ocurre esto bajo la influencia indudable y, en este caso, saludable del mundo cultural en que vive. Más concretamente por el hecho y en la medida en que la teología ca tólica , en su mejor y más sana parte (melior et sanior pars, según el adagio) ha asimilado el con­ cepto del ser y del conocer propio y específico de la modernidad. Concepto que el hombre occidental ha recibido de la tradición bíbli- co-cristiana. Si no exclusivamente, sí en mayor grado que de cual­ quier otra fuente. — Cuando, en el mundo grecorromano (y en tiempos poste­ riores), la Iglesia quiso proclamar su Mensaje sobre el Salvador le fue posible y aceptable hacerlo utilizando como vehículo de incul- turación la creencia en el mito de la caída original y su sucesora la teología del PO. Sin embargo, este camino resulta hoy del todo intransitable e incluso estridente para creyentes y no creyentes. El oscuro, duro, anuncio de que todo ser humano entra en la existen­ cia manchado por el pecado ancestral de sus fabulosos, nunca iden­ tificados, primeros padres y abrumado de por vida, en forma insu­ perable, por su consecuencias resulta increíble e inaguantable para el hombre del siglo xxi. Aunque algunos, a estilo de Lutero, quieran «magnificar al pecado original», siempre será verdad este dicho de

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