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466 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Un viajero cayó en un pozo profundo de donde le era imposi ble salir. Otros caminantes que seguían el mismo camino y lo veían no terminaban de hacerle preguntas sobre el cómo, cuándo, en qué circunstancias había caído en tanta desgracia. Pero el hombre del pozo, a punto de ahogarse, todavía recogió fuerzas para gritar: «Por favor, no me hagan más preguntas sobre cómo y por qué me ha ocurrido esta desgracia. Vean si pueden hacer algo para salvarme de una muerte segura»41. El teólogo cristiano, ante la experiencia de la miseria huma na, la fu n c ió n esp ecífica que, como teólogo, le corresponde cum plir, es la de ofrecer la Salvación: ofrecer a Cristo como Salvador. En este momento surge una pregunta sencilla, obvia, pero comprome tedora y hasta letal para los defensores del PO: ¿Es que para la mejor vivencia, confesión y compresión de la acción salvadora del Cristo es necesario relatar la historia, imponerle la confesión del «dogma» del PO? No es n ecesario, en absoluto. Es indudable que si el hom bre necesita en absoluto de Cristo es porque es absolutamente inca paz de salvarse por sí mismo. Pero no es lo mismo encontrarse en absoluta incapacidad para salvarse y encontrarse en situación de pecado. A un qu e el h om b re no estuviere m an c h a d o p o r el PO (ni por ningún otro) necesita en absoluto d e Cristo Salvador Tal vez sea ya el momento de terminar nuestra larga diserta ción sobre el mito, la filo so fía , la teología, el dogm a del p e c a d o ori ginal. Lo hacemos con estas observaciones, que pueden ser al pro pio tiempo conclusiones que afectan a todo nuestro discurso: — La cultura occidental, en cierto momento de su desarrollo, tanto desde su vertiente secular/humanista, como desde su vertien te religioso-cristiana, creó el mito, la filosofía, la teología, el dogma 41 S an A gustín , Epístola 167, 1, 2; PL 33, 720. Un breve comentario en A. de V illalm onte , «‘Miseria’ humana y pecado original», en Rev. Agustiniana 33 (1992) 111-152. Para Agustín la pregunta primera que, como teólogo, se hace no es de dónde viene el mal (miseria), sino de dónde viene la salvación. Como correspon de a su nivel intelectual, es teólogo que, ante todo, proclama la fuerza de la Cruz. Y, en forma subsidiaria, concomitante (aunque inevitable), la presencia del pe cado; por fin, y al final, del pecado original. Al cual no tiene inconveniente en renunciar, «mientras queda clara la Redención». Así lo exponemos en nuestro comentario.
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