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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA... 465 del PO, y volver a la sencilla narración/mito de los orígenes que le dio texto y pretexto para nacer. Lo que aquí hemos llamado «decons- truir» el dogma del PO. Es decir, abandonar cualquier discurso sobre «el «dogma del PO» y volver hablar del mito d el PO. Si se permite emplear estos términos, se trata de «desdogmatizar», «desontologizar» y, correlativamente, «remitizar» todo el discurso sobre el pecado ori­ ginal. Tarea que aquí hemos iniciado, pero que no nos es factible completar en todos su pormenores y derivaciones. b) El segundo em p eño/reto que, a lo largo de los siglos, ha asumido y ha intentado cumplir la teología/dogma del PO ha sido la fu n c ió n d e teod icea: la justificación del comportam iento d e Dios en el asun to d el origen d e la m iseria hum an a : vertiente teológica d el p ro b lem a d el PO. La teoría/dogma del PO atribuye a la miseria humana al castigo de Dios por el pecado del Hombre primero. Esta función de ‘teodicea’ sólo pudo aparecer, al menos explícitamente, entre cristianos que creen que el mundo y el hombre son obra de las manos del Dios bueno. ¿Cómo, si es así, ha entrado en la histo­ ria del hombre el mal, y en forma tan sobreabundante? Digamos, en primer término, que todo intento de teodicea, el intento de justificación de la conducta de Dios en el mundo median­ te la razón humana, está condenado al fracaso. O, al menos, hay que emprenderlo con extremada modestia intelectual. Por lo demás, ya conocemos la intensa polémica que mantuvieron el obispo Agus­ tín de Hipona y el obispo Julián de Eclana sobre si es posible ‘justi­ ficar’ o no ‘justificar’ a Dios en su comportamiento en el feo asunto del PO. Por nuestra parte, estamos de acuerdo —en este punto con­ creto— con el obispo Julián: no es posible creer en el Dios cristiano y mantener, com o verdad cristiana, la doctrina del PO. c) Nos resta con s id e r a r la vertiente cristológica/soteriológica d el p r o b lem a d e l PO. Esta doctrina, desde su origen y hasta hoy mismo, ha sido propuesta como indispensable para mantener una correcta/ortodoxa vivencia, confesión y explicación de la que, sin posible duda, es verdad nuclear de nuestra fe: la n ecesidad absolu ­ ta d e la Gracia. Un ‘elegante apólogo’, contado y así calificado por san Agustín, nos puede ayudar a valorar la principalidad de esta dimensión sote- riológica/cristológica en todo el problema del PO.

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