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464 ALEJANDRO DE VILLALMONTE la intención comunicativa primera del hagiógrafo/mitógrafo que lo escribió: como relato simbólico, mitopoético popular sobre el origen de la historia, de la cultura, de las instituciones humanas fundamen tales, bajo la mirada providente de Yahvé. No vemos en Gén 2-3 (Gén 1-11) indicio ninguno de que el autor quiera responder a la pregunta de dónde vine el mal (unde malum - unde miseria). Sin pretensiones ni de historiador ni de científico (modernos) narra/rela ta el origen de la cultura y de las instituciones humanas básicas: las buenas, las malas y las ambivalentes vistas desde su fe en un Dios personal. En este momento me parecen oportunas unas severas palabras de P. Ricoeur, sobre el «dogma del PO»: «Es un error creer que el mito adánico constituya la clave de bóveda del edificio judío-cristiano, cuando no es más que un arbotante articulado en cruce de ojiva del espíritu penitencial judío. Con más razón todavía hay que reconocer que el pecado original —que no es más que una racionalización de segundo grado— sólo constituye una falsa columna. Nunca se podrá exagerar el daño que infligió a las almas durante los primeros siglos de la cristiandad, primero, la interpretación literal de la historia de Adán, y luego, la confusión del mito, considerado como episodio histórico, con la especulación ulterior, principalmente agustiniana, sobre el pecado original. Al exigir a los fieles la f e incondicional a este bloque mítico-especulativo y obligarles a aceptarlo como una explicación que se bastaba ya por sí misma, los teólogos le exigieron indebidamente un ‘sacrificium intellectus \ cuando lo que tenían que hacer en este punto era estimular a los creyentes a comprender simbólicamente, a través del mito, su situación actual» 40 (la cursiva es mía). Si hemos comprendido bien, lo que Ricoeur postula es aban donar las altas, divinales pretensiones de la teología y del ‘dogma’ 40 R icoeur , Finitud y culpabilidad, p. 552. Y en otro lugar: «No hay concepto más inaccesible a una confrontación directa con la filosofía que el concepto de peca do original, por lo mismo que no hay cosa más engañosa que su aparente raciona lidad *, o. c., p. 236. Somete esta teoría a dura crítica en otro trabajo suyo. Sobre todo por sus connivencias metodológicas con la gnosis de la época; por haber unido la herencia del pecado al proceso de la generación biológica; por la «juridización» de la culpa/pecado, al hablar de que todos pecaron en y con Adán. «Le ‘peché ori- ginel’. Étude de significaron», en Le conflit des interprétations, Paris: Seuil, 1969, pp. 265-282. Ver lo que hemos dicho antes sobre el ‘mito de la pena’, pp. 426-444.
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