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462 ALEJANDRO DE VILLALMONTE meno del PO. Función que llegó a su mejor desarrollo en el concilio de Trento. Desde entonces, tenemos en la Iglesia, y se defiende como ‘dogma’, la doctrina del PO. En la forma, variedad de posibles interpretaciones y el alcance que hemos explicado. La canonización, solemnización y dogmatización de que ha sido objeto el teologúme- no del PO por parte del magisterio en la Iglesia católica no añade claridad, ni enriquece por dentro, con nuevos aportes, la doctrina tradicional. Le confiere mayor seguridad en orden a la confesión pública y comunitaria de la fe en la eficacia de la Cruz y, en forma concomitante, confirma la seguridad que el hombre debe tener de la propia insuficiencia para conseguir la salvación. Como hemos indi­ cado, y es harto conocido, desde la segunda mitad del siglo xx, el ‘dogma’ del PO ha sido sometido a una crítica dura y ascendente. Muchos lo remodelan tan a fondo que se puede preguntar si conser­ van lo que suele llamarse, un poco convencionalmente, la «sustancia» de la enseñanza tradicional. Pero el abandono progresivo y total de esta vetusta teoría me parece deseable e inevitable. C) «D ec o n str u c c ió n » d el d ogm a d el PO Es el segundo paso de nuestra reflexión en este apartado. El lec­ tor podría ironizar sobre el título y sugerir que poco puede quedar ya por decir en desfavor del «dogma» del PO, e incluso en relación a su destrucción. Sin embargo, la tarea que llamamos «deconstrucción» del ‘dogma’ del PO, que ahora emprendemos, añade algún matiz que parece necesario tener en cuenta dentro del tema global que trata­ mos en este artículo. No se intenta «destruir» el dogma del PO en el sentido peyorativo que la palabra tiene. Sería una tarea ‘ofensiva para los piadosos oídos’ de muchas personas. No se trata de reducir al polvo, a un montón informe de cascotes sueltos, dispersos, negán­ dole al «dogma» del PO de todo valor tanto informativo como de con­ tenido doctrinal interno. Con el neologismo «deconstrucción» (de fácil asimilación) significamos y realizamos este proceso: nos colocamos ante la experiencia humana y religiosa que dio origen, primero, al «dogma» del PO y, desde allí, sin hipotecas, ni prejuicios medrosos, ‘con la mente pura ante la realidad pura\ como decía mi profesor de criteriología, preguntamos si está justificado el haber construido, bajo el impulso de tales experiencias, el imponente edificio del

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