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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 461 transforma en la teoría del destierro de las almas con pretensiones metafísicas. En los teólogos cristianos adquiere un fuerte entramado racional filosófico teológico, en una auténtica gnosis (P. Ricoeur) que pretende dar la explicación plena, el saber perfecto sobre el porqué, el cómo, el cuándo y en qué circunstancias concretas, casi datables, entró el mal/pecado en el mundo. g) El interés/preocupación soteriológica ha sido justamente señalado por san Agustín y por los mitólogos modernos (los estu­ diosos del mito del PO), como lo característico de las narraciones, predicaciones, las teologías cristianas sobre los orígenes del mal. Como hemos señalado, esta preocupación soteriológica, el anunciar al Salvador único del mundo, no es un elemento entre otros, es del todo primordial, absorbente. Influye como principio hermenéutico para valorar la razón de ser y el sentido de los otros elementos estructurantes del mito de la caída original, hasta transformarlo en el dogma del PO. B) D el teo lo g ú m en o d el PO al ‘ d o g m a ’ d el peca d o o rig in al El proceso que hemos descrito se había cumplido ya, en lo sus­ tancial, en los primeros decenios del siglo v, en que se comenzó a levantar en la Cristiandad occidental el imponente edificio doctrinal del pecado original. Como arquitecto que organizó los elementos dis­ persos en un gran edificio doctrinal, se propone al obispo de Hipo- na. El monumento permanece inhiesto a lo largo de más de quince siglos. El protestantismo lo ha limpiado de accesorios, de anteceden­ tes (la teología de Adán) y de consiguientes superfluos, pero lo ha endurecido en su núcleo central. La mayoría de los teólogos católicos postridentinos, bajo la influencia de la mentalidad humanista, liman algunas extremosidades. Por ejemplo, frente al protestantismo y al agustinismo rígido, prevalece el principio de que, incluso después de PO, lo que es natural permanece íntegro: no es corrompido (natu- ralia manent integra), según un principio recibido de la teología orien­ tal por medio del Areopagita. Pero tempranamente, ya en vida y bajo la influencia hegemóni- ca de san Agustín, en el concilio de Cartago (a. 418), y un siglo más tarde en el concilio de Orange (a. 529 Arausicano), la Iglesia latina inició la canonización, solemnización y dogmatización del teologú-

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