PS_NyG_2001v048n003p0401_0468

406 ALEJANDRO DE VILLALMONTE ron, al final del diálogo de El Hortensio, impulsados y guiados por la evidencia de los hechos, menciona. Porque, después de haber dicho sobre la vanidad y miseria de los hombres tantas cosas que con dolor vemos y lamentamos, añade: «Parece que algo adivina­ ron, los antiguos magos e intérpretes de los oráculos de los dioses, basados en los errores y miserias de la vida humana, cuando afir­ maron que nuestro nacimiento es para expiar crímenes cometidos en una existencia anterior. Esto me hace considerar como verdade­ ras estas palabras de Aristóteles: «Nosotros —dice el filósofo— esta­ mos sometidos a un suplicio parecido al de aquellos que cayeron en manos de unos bandoleros etruscos, que les hacían morir con crueldad inaudita, pues ataban con fuertes cordeles los cuerpos vivos a los muertos, cara con cara. Así pensaban (los sabios paga­ nos) que nuestras almas están atadas a nuestros cuerpos como un vivo a un muerto. Lo que estos sentimientos expresan, ¿no han conocido mejor que tú el pesado yugo que oprime a los hijos de Adán, y el poder de la justicia divina, aunque no han conocido la gracia liberadora del Mediador de los hombres?». «La evidencia de esta miseria forzó a los filósofos paganos, que no sabían nada del pecado del primer hombre, a decir que nacemos para expiar críme­ nes cometidos en una existencia anterior y que las almas están uni­ das a los cuerpos corruptibles con un tormento parecido al que los salteadores etruscos infligían a sus cautivos, atando vivos con muer­ tos». Agustín, con el tiempo, llegó a dejar bien claro que él no admi­ te la llamada teoría de la p re ex is ten c ia d e las alm as, porque es incompatible con la fe cristiana. Pero del hecho de la miseria huma­ na constatado por los sabios paganos y cristianos arguye: no se puede achacar esta miseria a la impotencia o a la injusticia de Dios. Tenemos, pues, que decir que «este duro yugo que pesa sobre los hijos de Adán desde el día en que salen del vientre de sus madres, hasta el día de su sepultura en la tierra, madre de todos, no existiría de no ser merecido por el pecado original»5. 5 Los textos de Agustín se encuentran en Réplica a Julián, lib. IV, c. 15, nn. 78 y 83; PL 44, 778. Los filósofos nada sabían «del primer hombre Adán, de su esposa, de su primer pecado, de la astucia de la serpiente ... y de la confusión que experi­ mentaron luego de haber pecado». Pero sí que debería haber reparado Julián en lo que estos sabios dijeron sobre la condición humana, ibid., n. 77. Según expresa esta frase de Cicerón: «la naturaleza nos trata no como madre, sino como madrastra,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz