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458 ALEJANDRO DE VILLALMONTE la consistencia o no consistencia de este monumento. Luego, será indispensable avanzar un paso más y hablar de la «deconstrucción» a la que es inevitable someter a esta imponente edificación. Es decir, retornar al origen primero, a las experiencias humanas y religiosas fundantes que ofrecieron base para la edificación. Y desde allí con­ trastar la solidez del edificio levantado. A) E l PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DEL MONUMENTO DOCTRINAL AL PECADO ORIGINAL El punto de partida de este camino que lleva hasta la «canoniza­ ción» y «dogmatización» del PO hay que ponerlo en Cristo. Hay qu e em pezar desde Cristo (incipiendum est a Christo¡), como dice san Bue­ naventura. El misterio de Cristo es el punto de partida para entender el misterio del hombre en cualquiera de sus vertientes, según el Vati­ cano II (GS 22). Y no lo es el misterio del pecado original, como pare­ cen opinar muchos de los defensores de esta teoría. Los primeros misioneros cristianos, desde la experiencia de la resurrección de Cristo y la de ellos mismos en Cristo, querían pro­ clamar el kerigma de salvación en el mundo grecorromano: la Buena y Alegre Noticia: Dios está en Cristo reconciliando a l mundo consi­ g o (2Cor 5, 19). Proclamar, como Pablo, que Jesús es la salvación d e Dios p a r a todo hom bre. P a r a p a r a el ju d ío prim ero, p e r o tam ­ bién p a r a el griego (Rm 1, 1 6)). Obviamente, al pregonar la necesi­ dad absoluta del Salvador, proclamaban, con similar vigor, la inca­ pacidad absoluta en la que se encuentra el hombre para salvarse a sí mismo. Según señalan los historiadores, el ambiente cultural, reli­ gioso y hasta político social del mundo grecorromano estaba, en varios aspectos, bien preparado para recibir el Mensaje sobre el Sal­ vador. Predominaban en el imperio, a nivel popular e incluso culto, las religiones mistéricas, soteriológicas, que mantenían la ilusión y deseo (más que la esperanza segura, como era el caso de Israel) de la salvación. Efectivamente, el hombre grecorromano se considera­ ban a sí mismo como un «hombre caído», en situación desgraciada y mísera, como en una cárcel. Como resalta E. R. Dodds, reinaba una visión pesimista de la vida, tanto entre cristianos como entre paga­ nos de estos primeros siglos. Todos ellos podrían hacer suyas las palabras de Segismundo: «Y soñ é que en otro estado / más lisonjero

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