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456 ALEJANDRO DE VILLALMONTE textualidad, correlatividad que afecta a todo enunciado humano, incluso al que se refiera a realidades divinas. Mucho más un texto de índole polémica, pastoral, como lo es este decreto sobre el PO. Por eso, cambiada profundamente la ‘circunstancia vital’ (cultural, religiosa, social) en que se promulgó el precepto, se puede, y se debe incluso, plantearse la pregunta por su vigencia en la nueva circunstancia vital en que nos encontramos al iniciarse el siglo xxi. Es en ella, y no en la d el siglo xvi, en la qu e d eb em os incu lturar nuestro Mensaje sobre Cristo Salvador. Entre las enseñanzas tenidas en siglos pasados como de importancia primaria, tal vez ninguna como la referente al PO ha sido sometida, desde mediados del siglo xx, a un proceso de revisión tan hondo como la doctrina del PO. Por eso, se puede afirmar que el precepto de seguir manteniendo, como segura e indiscutible, la doctrina del PO, carece de obligato­ riedad en nuestros días. M ientras qu ed e c la r a la un iv ersalid ad y sob reabun d an cia d e la Cruz d e Cristo. El Vaticano II y la teología posterior a él han insistido en la jera r­ qu ía d e verdades como criterio hermenéutico para valorar las ense­ ñanzas tanto de la Escritura como del propio Magisterio. Ahora bien, parece claro que la intención docente primordial de Trento en el decreto sobre el PO (y en el de la justificación, que es como su com­ plemento) es la de proclamar la necesidad, eficacia y sobreabundancia de la Cruz de Cristo. Lo demás que allí se afirma y cuya afirmación se exige a los creyentes, gira en torno a esta verdad nuclear del Cristia­ nismo. La cual no está sujeta a la relativización reductora del tiempo y del espacio. De ahí la afirmación/conclusión que ha de ser mantenida en todo esta discusión, y que puede cifrarse en una frase tomada de san Agustín: mientras qu eda clara la Redención no existe peligro. No existe p elig ro en n egar la v erd ad subsidiaria, ancilar, secun d aria del PO, qu e surgió en la historia p a r a a fian z a r la Cruz de Cristo: ¡no desvirtuar la Cruz de Cristo! (ne evacuetur Crux Christi!). Porque eli­ m inada la teoría del PO no sólo no se oscurece la gloria d e la Cruz, sino qu e la universalidad y sobreabundan cia d e la fu e r z a salvadora ap a rece con notable mayor esplendor. Como resultado claro de la nueva circunstancia vital en la que se ha de hablar hoy del tema del PO, es preciso mencionar este hecho: h a llegado y a a ser op in ión común la n egación d e la lla ­ m a d a «teología d e Adán». Teología que, en sus rasgos sustantivos,

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