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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA. 453 mulga como «dogmas» las enseñanzas de los primeros concilios ecu­ ménicos, dándoles fuerza de ley eclesiástica y civil. Es el primero que proclama «dogmas» obligatorios para la Iglesia universal. Poste­ riormente el promulgar un ‘dogma’ queda reservado al concilio ecu­ ménico y al obispo de Roma. Durante los siglos xvm y siguientes, la teología escolástica engrandece y endurece el contenido de la palabra ‘dogma’. Frente al racionalismo filosófico que impregna la cultura toda de estos siglos, y que no pudo menos de impactar a los teólogos de la época. En ellos se manifiesta una visible propensión a racionalizar los con­ tenidos de la fe. Un poco a estilo de ciertos teólogos medievales buscan para la fe ‘razones necesarias’, argumentos racionales de indudable valor probativo. La seguridad y valiosidad intelectual de lo creído se torna valor primordial. Cada enunciado de la fe hay que apuntalarlo con la máxima firmeza. Pero esta necesidad/seguri­ dad no la buscaban ahondando en el interior y profundidad propia de las verdades, como lo intentaban san Anselmo o san Buenaven­ tura. Buscaban la seguridad en la intervención de la autoridad impositiva y externa de la Iglesia. Se alaba a la Iglesia por haber establecido los famosos ‘dogmas de granito’, frente a las veleidades, doctrinales del liberalismo filosófico-teológico, frente a la nebulosi­ dad e inseguridad con la que debe trabajar la pobre inteligencia del «hombre caído», profundamente tarada por efecto el PO. En esta misma línea, bajo el influjo de tradicionalismo filosófico y teológico, por miedo a la libertad y a la peligrosa curiosidad (curiositas) del hombre moderno, se exalta al máximo la autoridad eclesiástica en materias de fe, y de todo lo que tenga alguna relación con las cre­ encias tradicionales. Se proclama, especialmente, la necesidad de robustecer la autoridad doctrinal y jurídica del Papado. Este nuevo concepto del dogma se manifiesta en los textos del Vaticano I: «debe creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contie­ nen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, o por solem­ ne juicio o por su ordinario y universal magisterio» (DS 3001). No se utiliza la palabra ‘dogma’, pero este texto ha servido para perfilar el concepto de ‘dogma’ cultivado en los siglos x ix - x x i . Es claro que en cada época los teólogos gozan de libertad para elaborar su propia terminología. Siempre que no quieran imponerla

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