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448 ALEJANDRO DE VILLALMONTE B) El m ito d a q u e p e n sa r Bajo esta consigna desarrolla Ricoeur ponderados estudios her- menéuticos sobre los textos mitológicos. Entre ellos ocupa lugar de preferencia el mito bíblico de Adán. Por eso, aunque ahora se califi­ que de mito al PO, con ello no se pretende tratarlo como un tema baladí, como mera fabulación poética, carente de interés para la reflexión teológica, para la visión cristiana del hombre. Por otra parte, la designación de «dogma» para esta misma teoría tal vez no pueda soportar la carga sublime que sobre ella suele acumularse. Y corra peligro serio de reventar al símbolo por exceso de carga. Así pues, si todo mito da que pensar, el mito del pecado original es, sin duda, uno de los mitos que más ha dado (debe) dar que pensar a la huma­ nidad. Veamos en qué dirección y contenidos. En el lenguaje del Nuevo Testamento, la palabra «mito» tiene un sentido peyorativo, desfavorable: es asimilado a leyenda, ficción, fabulación fantasiosa, mera invención poética e imaginaria, un cuen­ to. En oposición al relato verdadero/histórico, basado en testimo­ nios fidedignos (ITim 1, 4; 2Tim 4, 4; Tit 11, 14; 2Pet 1, 16). Los pri­ meros cristianos mantuvieron esta acepción desprestigiadora del mito y de todo lo referente al mismo. Les parecía inaceptable que una narración mítica pudiera ser asumida para vehicular experien­ cias, enseñanzas y preceptos religiosos cristianos, incluso muy pro­ fundos. Los primeros misioneros tenían que exponer su Mensaje en oposición vivaz y polémica con las religiones vigentes en la Ecume- ne cultural grecorromana. Estaban basadas ellas y se mantenían a nivel popular entreveradas con un tupido y resistente tejido de mitos, fabulaciones poéticas de gran belleza y atractivo artístico, en casos; pero cargadas de problemas a nivel religioso-moral. Especial­ mente desde la perspectiva de la nueva religión, pero incluso de una ética filosófica honesta. Las narraciones míticas estaban impreg­ nadas de politeísmo, eran incomprensibles sin la presencia y la actuación de los más variados dioses y diosas. Cuyo comportamien­ to se ofrecía como muy humano, demasiado humano. Puede recor­ darse la crítica que san Agustín hace de la teología popular pagana en los libros VI-VIII de La C iudad d e Dios. Cierto que, a nivel de la alta reflexión filosófica y teológica, los Padres fueron muy recepti­ vos respecto a la filosofía pagana, sobre todo la de matriz platónica.

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