PS_NyG_2001v048n003p0401_0468

EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 447 el semen infecto del progenitor. La semilla corrupta e infectante de Adán, y tras él de todos los varones de la especie «homo», contagia­ ba con el PO, de generación en generación hasta el final de los siglos, a todo hombre que llega a este mundo. Cabría preguntarse de dónde le viene a la semilla humana ese poder entre mágico, mila­ groso, metafísico y siempre maligno. Incluso los padres bautizados, aunque ellos ya están limpios de la mancha del PO, todavía se dice que conservan la fatídica y maldecida propiedad de trasmitir el PO a sus hijos. Se diría que los genes de todos los varones de la raza humana están radicalmente corrompidos y dotados del nefasto poder de trasmitir a sus descendientes la corrupción del PO, con toda su parafernalia de miserias. Adán, con su pecado, corrompió en su per­ sona a toda la naturaleza humana; y la naturaleza humana corrompi­ da p o r y en Adán, corrompe a cada persona que llega al mundo (per­ sona corrupit naturam, natura corrumpií personam). Axioma tan redondeado en su formulación gramatical como falso en su conteni­ do, carente de cualquier explicación razonable. Aunque trasnochada y un poco risible para nosotros la teoría del «semen infecto y corruptor», fue durante siglos una de las afir­ maciones concomitante inseparable de la doctrina del PO. Durante toda la Edad Media y hasta fechas recientes. Decía Rogerio Bacón, como opinión común en su tiempo (y él no se detiene a exponerla, por ser dificultosa), que el alma, al unirse a la materia corporal, se mancha como una manzana que cae en un lodazal. El beato Ju a n Duns Escoto es reconocido por haber defendido el primero, a nivel teológico, que la Virgen María fue engendrada, sin duda, por el pro­ ceso ordinario de sus padres Joaquín y Ana. Pero, sin embargo, no fue contagiada su alma de pecado al contacto con la crasa materia corporal, se mantuvo limpia de la mancha del pecado original. Esta­ ba prevenida con la sobreabundante Gracia del Salvador. Redimida, por ello, de forma mucho más elevada y perfecta que los demás hombres: con redención preveniente y elevante. Tuvo que poner en juego todo su talento de «doctor sutil» hasta lograr desembarazarse de una dificultad que hoy nos parece más bien impertinente. Pero que era propuesta explícitamente y tenazmente por los máximos teólogos de los siglos xii y x n i: los santos doctores de la Iglesia Anselmo, Bernardo, Buenaventura y Tomás de Aquino.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz