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446 ALEJANDRO DE VILLALMONTE agua bautismal simboliza las aguas primordiales sobre las cuales ale­ teaba el hálito de Dios; las aguas del mar Rojo (según la Liturgia); el agua del Espíritu, que da la fuerza para nacer de nuevo. También en diversas religiones actuales se mantienen ritos para lavarse/purificarse de las manchas/culpas contraídas. Sean de tipo ritual, de contagios físicos, psicológicos, morales. En todos los casos, sin saberlo, se man­ tienen fieles a las experiencias originarias que dieron la primera vida mitológica al «dogma» del PO. La mancha es un símbolo privilegiado para hablar del pecado, en la Biblia y en la tradición cristiana, nomi­ nalmente y por antonomasia el pecado original. Especialmente P. Ricoeur ha hecho detenidos estudios sobre el simbolismo de la mancha en referencia al PO 32. La mancha y la realidad por ella desig­ nada es el germen primero de la creencia secular en el hecho de que los seres humanos contraen un pecado, están manchados al ser engendrados, al entrar en la existencia. Las inmundicias fisiológicas que acompañan al acto de la generación y nacimiento de un ser humano excitaron, desde siempre, desde los tiempos primordiales, la imaginación de los primitivos hasta llevarles a creer que los niños nacen con alguna culpa ancestral. La mancha fisiológica se transfor­ mó en macha ética y hasta en macha religiosa del hombre ante la divinidad. Los gemidos de los bebés al nacer serían una confesión inconsciente de que pre-sentían que venían como castigados, deste­ rrados al mundo. Como desterrados hijos de Eva, que viven gimien­ do y llorando en este valle de lágrimas, como reza cada día el pue­ blo católico. Respecto al padre biológico, es conocido el hecho de que los teólogos cristianos vinieron afirmando durante pasados siglos (o tal vez alguien lo afirme todavía ahora) que el PO se trasmitía de padres a hijos por generación, mediante el contacto del alma con 32 Ricoeur ha estudiado profusamente la mancha como símbolo originario del pecado, del pecado original, pecado antecedente y similares. Finitud y culpabili­ dad, pp. 265-286. Hace suya la definición que el investigador de la historia de las religiones, Pettazzoni, da de la ‘mancha’ tal como se entiende en todo este proble­ ma: «es un acto que desencadena un mal, una impureza, un fluido, un quid miste­ rioso y dañino, que actúa dinámicamente, es decir, por vía de magia», Ibid., p. 266. Es claro que, cuando se habla de «la mancha del pecado original» incluso en nues­ tros días, están implícitos en este lexema los conocidos residuos de mentalidad arcai­ ca. Aunque los defensores del PO se extrañen al oír esto. Algunos textos bíblicos nos lo recuerdan continuamente. Otros símbolos para hablar del pecado, en Ri- c o e u r , o. c., pp. 265-443.

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